Anoche
mientras escuchaba a Kim Cattral, la Samantha de Sex and the City, narrar sus
cambios de países, casas e historias… irremediablemente me vino a la mente
imágenes de aquel hogar en el que crecí, el patio donde jugaba, el cobertizo
donde monté mi primer laboratorio y la pared de mi habitación que llené de
graffitis, sin saber que el término existía ni conocer a Basquiat. El tiempo
pasa y las decisiones se toman sin contar con el pesar ajeno. Hace casi dos
décadas dejé atrás mi familia, una casa y muchas historias sin tener en cuenta
que con ello amputaba el alma de mi madre. Hoy, en un acto pragmático, sin
mucha alma por medio, aquella casa con la que muchas veces sueño ha sido mal
vendida por mi familia sin pensar que allí estaba mi infancia, mi juventud y
mis sueños de antaño. En la venta se incluyeron mis libros, demasiados pesados
y polvorientos para trasladarlos, se perdieron mis diarios y mis escritos, los
utensilios inventados se echaron en una caja y luego a la basura… todo ha
dejado de existir. Si antes confiaba en alguna vez releerme y de esta manera
recordar momentos que ahora se contaminan con otros términos, ahora sé que esto
no ocurrirá. Una vez, en unos de mis cambios de continente, mientras me
obsesionaba con cargar con cuanto libro y CD tenía, pensé que lo mejor sería ir
ligero de equipaje con todo lo aprendido en la mente. Sin embargo, algo de
nostalgia me invadió cuando supe la noticia, ya no existe el ancla, al menos
físicamente. La vida continúa y el mundo trata de imponer la praxis, yo seguiré
en el mundo, eso sí sin tirar la toalla y evitando que me amputen lo que llevo
dentro. Así, un poco más huérfano, disfruté de un espectáculo recomendable que
llaman “Capitalismo” e intenta, con buen atino, pasar un espejo por esto que
venden perfecto y nadie sabe a donde va. También reí con “La gran familia
española”, película coral e inteligente que empieza gélida pero se calienta en
el camino dejándonos al menos dos escenas para la historia del género. Pero no
todo ha sido “happy” en esta semana que culmina… España no se despoja del
barbarismo medieval y otro año ha exhibido la vergüenza de su poco respeto por
quien considera inferior en lo que llaman el toro de la Vega. Suma y sigue,
personalmente he chocado con la corta vista política de quien considera su
puesto su feudo y veta el intercambio científico por riñas políticas. Suma y no
pares, la corona se empecina en mantener un rey enfermo como número uno de la
nación, cuando ya estaba decidida la sucesión y, posiblemente, la república al
doblar la esquina. Pero qué le vamos hacer… el espacio que ocupa la intuición
es mayor que el que tiene la razón.
Os quiero,
Ed.