viernes, 10 de junio de 2022

Viernes de cerebro y defensas...

Hola a tod@s!
En 2012, mientras Londres organizaba sus Olimpiadas, deambulaba por los tenebrosos pasillos del Wolfson Institute for Biomedical Research de la University College of London con las manos ocupadas con centenares de tubos de laboratorio. Disfrutaba de una estancia sabática en aquel sitio que, en nuestro caso, quiere decir trabajar mucho más duro en una institución extranjera durante un tiempo. Por aquel entonces me empeñaba en buscar una relación directa entre el sistema nervioso central y el inmunológico, es decir, entre el cerebro y las defensas. Los experimentos indicaban que había algo, pero como suele pasar la evidencia se resistía a mostrarse con nitidez. Aquellos datos aún pululan en libretas de notas llenas de interrogantes sin respuestas. Como otras veces tuve que volver a la rutina habitual de mi laboratorio en Madrid y los proyectos en marcha fueron sepultando aquellas ideas que, aunque navegaron, nunca llegaron a puerto. 
Empíricamente parece clara la relación entre lo que produce los estados de ánimos y nuestra salud inmunológica. Generaciones de madres y abuelas nos han advertido de la correlación entre la depresión por un desamor y la aparición de resfriados, catarros y gripes varias. Sin embargo, como no ha existido una comunicación fluida entre neurocientíficos e inmunólogos se ha dificultado enormemente el desarrollo de la Neuroinmunología. Siempre he pensado que hablamos con códigos diferentes y ello ha entorpecido el planteamiento de teorías en conjunto. Mientras que los neurocientíficos estudian los neurotransmisores y las corrientes eléctricas, a los inmunólogos nos gustan los marcadores que distinguen unas células de otras y las moléculas que median una inflamación. Mas recordemos que todo es armonía en la naturaleza. Varios años después de aquella breve incursión mía en el tema, hoy es una verdad sin cuestionamiento que el estrés psicológico modula la acción de las defensas. Sin embargo, las vías que vinculan las redes controladoras del estrés en el cerebro con los “antidisturbios” que nos defienden presentes en la sangre circulante -entiéndase como leucocitos periféricos-, siguen siendo un misterio. 
Hace pocos días un grupo multidisciplinar de científicos radicados en Estados Unidos y Canadá ha dado a conocer los resultados de su estudio sobre el tema. La publicación aparecida en la revista Nature tiene por título (perdonad infame traducción): “Los circuitos motores y del miedo del cerebro regulan los leucocitos durante el estrés agudo”. Según sus datos varias regiones del cerebro son las responsables de la distribución espacial e incluso la activación de los leucocitos (las defensas) en todo el cuerpo durante una situación de estrés. 
Mediante experimentos ingeniosos, siempre en modelos animales, estos investigadores han demostrado que los circuitos motores que, según me explica la neurocientífica y amiga

Laura Otero, tienen su inicio en el cerebro son capaces de inducir una rápida movilización de “antidisturbios” desde el sitio donde se generan, la médula ósea, hacia los tejidos periféricos donde pueden ser útiles para combatir una infección. Pero no sólo eso, algunas regiones del cerebro como el hipotálamo paraventricular sintetizan hormonas capaces de controlar la reubicación espacial de otros “antidisturbios”. Estas reubicaciones de las células defensivas controladas por el cerebro nos indican claramente una relación entre el órgano rector y el sistema inmunológico. Es muy interesante comprobar que el estrés agudo es capaz de reprogramar y dirigir a las defensas hacia el sitio donde se necesitan. Pero también llama la atención el frenado que se produce en las defensas mediado por neuronas en situación de estrés. Esto último es un mecanismo que parece protegernos de lo que llamamos autoinmunidad, fenómeno en el que nuestras defensas nos atacan. Los autores del elegante trabajo que te estoy comentando, van un poco más allá y sugieren que el deterioro de las defensas que se produce en algunos pacientes infectados con virus SARS-CoV-2 se podría explicar de esta manera. 
Como si de magia se tratase, estos resultados muestran que el cerebro modula la acción de las defensas durante el estrés psicológico, calibrando la capacidad del sistema inmunológico para responder a las amenazas que nos encontramos. Pero no es magia, es ciencia.
Os quiero, 
Ed.
PD: Modificado de mi columna en El Español.

viernes, 3 de junio de 2022

Viernes y el largo proceso para establecer una verdad científica.

Hola a tod@s! 
Amanecían los años noventa y el científico en ciernes que era entonces daba sus primeros pasos dentro de un laboratorio. Con movimientos torpes me abría camino en un mundo ignoto del cual no saldría nunca más, o eso espero. En aquellos momentos intentaba con esmero una serie de experimentos que me llevarían a culminar mi primera tesis y, en resumen, mi primer trabajo científico. Entonces fue cuando tropecé con el necesario y largo proceso para establecer una verdad científica. Dos maestros tuve: Hardy y Racmar, nombres pocos comunes para el trópico de donde soy, pero al fin y al cabo nombres propios de dos físicos nucleares que inscribieron con fuego algunas de las reglas que, aún hoy, sigo a pies juntillas. De uno aprendí que varios y diversos deben ser los experimentos que sostengan una verdad; del otro, que la estadística nos ayuda a desenamorarnos de una falsa teoría. Muchos años después, con cambio de siglo incluido, vuelvo a reflexionar sobre el tema y quiero compartir contigo lo que significa establecer una verdad palmaria con la ciencia de por medio. 

¿Es esto tema para mis Viernes? La verdad es que me agotan otros asuntos aparentemente urgentes y al final menos importantes. Sin embargo, puedo y creo que es necesario explicarte por qué cuando un científico habla sobre un tema de manera rotunda parece estar en posesión de la verdad. 
En estos tiempos en los que todos opinamos sobre cualquier tema y todas las sentencias pretenden tener el mismo peso, es conveniente tener en cuenta que algunas “verdades” son personales y otras son producto de la experimentación contrastada y el siempre dinámico método científico. La semana pasada decía que cuando desde la ciencia planteamos un problema a resolver, lo primero que hacemos es intentar una formulación lo más precisa posible de la pregunta, pues muchas veces en ella puede estar implícita la respuesta. Más tarde llega el método científico: un libro en constante renovación usado desde siglos en la experimentación que nos permite resolver las incógnitas y a la vez reproducir cada uno de los pasos que hemos seguido hasta encontrar la solución. En el camino tenemos que tener en cuenta aquella enseñanza que aprendí de Hardy: muchos y diferentes deben ser los ensayos a realizar para demostrar, e incluso refutar, con el menor rango de error posible una verdad. No basta un único experimento para afirmar que una hipótesis deviene teoría que explique un fenómeno. Se necesitan muchos, y diferentes, con la mayor cantidad de aproximaciones y técnicas para dar por válida una sentencia científica. Por otra parte, es preciso echar mano de la estadística y aquí recuerdo a Racmar. Es decir, usar esa ciencia que nos permite ordenar y analizar el conjunto de datos que conseguimos en nuestros experimentos con el fin de obtener explicaciones y predicciones sobre los fenómenos que estudiamos. Si con esto ya te parece que el trecho a caminar es largo y sinuoso, debo decirte que aún estamos por la mitad. Sin tener en cuenta que, en la mayoría de las ocasiones, ocurren imprevistos, falla una técnica, la hipótesis no era del todo válida y, si vives en España, la compra de los reactivos necesarios debe pasar por la autorización burocrática de quien sabe tanto de ciencia como yo de astrología. Hago un paréntesis: no sé nada de astrología. No contentos con lo serpentino que se muestra el camino, hemos de añadir la revisión minuciosa que nos hacemos los científicos entre nosotros de nuestros trabajos. Lo explico, cuando desde mi laboratorio salió el índice de clasificación que permitía predecir la evolución de los pacientes con COVID-19 nada más entrar por Urgencias o cuando establecimos el tiempo de duración de la inmunidad celular de las personas vacunadas con diferentes pautas contra el virus SARS-CoV2, esos datos fueron previamente revisados con lupa por nuestros pares. ¿Quiénes son? Científicos del mismo campo que, por lo general de manera anónima, revisan los ensayos y nos plantean cuestiones sobre las que tienen dudas. Hasta que esas preguntas, que suelen ser muchas, no se resuelven satisfactoriamente el trabajo no ve la luz del gran público. Quizá ahora se entienda la rotundidad con que en ocasiones hablamos y el mal disimulado cabreo que experimentamos cuando, desde la facilidad de una simple conexión a la red, se pone en tela de juicio un trabajo científico usando argumentos aprendidos en dos tuits mientras se desayuna. La infalibilidad no es una característica humana; me atrevo a decir que no existe, por lo que el error es algo contemplado en la ciencia. Por ello buscamos en la repetición y la revisión desde muchos puntos de vista la proximidad a la verdad. Los científicos no solemos opinar, por lo general aportamos conclusiones que son frutos de mucha experimentación contrastada e incluso cuando especulamos buscamos sentar nuestras conjeturas en datos y conocimientos previos. 
Os quiero, 


Ed.