viernes, 17 de febrero de 2017

Viernes... no apto para intolerantes a la glucosa

Hola a tod@s! 
Otro amigo se fue a Harvard, allí se congela pero mira con perspectiva el futuro. Estados Unidos, el monstruo que extrañamos, se alimenta del talento que busca sueños profesionales no viables en sus orígenes. Inteligente manera de situarse a la cabeza del planeta y, como dicen ellos, “to drive the train”. Pero ha llegado Trump, el millonario que le han dejado jugar a ser presidente… alguien que ignora que muchos no pensamos en “el mercado” cuando decidimos qué hacer con nuestras vidas. Sus juegos, reídos por una mayoría ¿cansada? de aquello que olía a progreso, pueden traer el retroceso definitivo del mundo anglosajón, el mismo que empezó aquel lunes de BrExit. Antes no entendía la decadencia y caída de imperios, el olvido de Roma y Venecia, el apagado de los egipcios, la Grecia de los sabios, “no es posible en tiempos que corren”, me decía… sí lo es. Dos decisiones democráticas han dado luz verde al fin de un tiempo. ¿Qué idioma tendrán que aprender los científicos de mañana para comunicarse? Algunos apuestan por el chino y no pocos hijos de la City ya hacen sus pinitos con el mandarín. Lo que si parece ser una realidad palmaria es que los tiempos de la intelectualidad sabia que “conduce el tren” van quedando atrás, pocos son los reductos donde priman la bondades que brinda el conocimiento, la belleza de la creación. Una amiga, Alicia, me decía ayer que luego de 15 horas “non stop” de trabajo se relaja leyendo poesía y una sonrisa se me dibujó en la cara, recordé aquellos tiempos en que un libro me acompañaba para matar el tiempo eterno de espera de los autobuses (guaguas) en una La Habana que me viene a la mente en tonos grises, como una fotografía desgastada. Hoy leo en el metro, debajo de la tierra, intentando avanzar cada segundo en el tiempo que separa mi casa del laboratorio. Mis trayectos de ida y vuelta se van llenando de historias de otros… por estos días toca Jonathan Coen y su visión de la Inglaterra del siglo 21, autor ágil que evita la trampa y simula abandonarte de cuando en vez como consiente de que estás en el metro y tu atención se desvía de sus letras.
Mientras tanto, en otro metro y hacia otra parte de la ciudad, alguien lee otras letras… por estos días se sumerge en “La insoportable levedad del ser”, sugerencia de lector viejo, he de decir. Ese alguien disfruta, años después, de aquella lectura casi prohibida que tanto gocé en La Habana universitaria de la Isla Metafórica. Ismael, “ese alguien”, se solidifica en mí… encontrarlo fue beber agua en el desierto. Muchas personas me han acompañado en este viaje que llamamos vida que se acerca a los cincuenta, todas han cumplido una función, de todas he aprendido y casi todas se han quedado aunque el espacio, y a veces la circunstancia del agua por todas partes, impida tocarnos. Sin embargo, sin temer en caer en la vulgar ceguera que genera la novedad, la complementariedad ha hecho máximos y me induce a caer en el clasicismo… yo, el mismo que usaba las camisetas del revés y el pelo más allá de los hombros cuando aprendía Mecánica Cuántica y Física Nuclear. A veces lo clásico nos reivindica modernos, pero no lo justifico, no tengo que justificar nada. Fue simple… una comida, una conversación de comparaciones y le pregunté: ¿Te quieres casar conmigo? Y me dijo que si. Ya está, me caso con Ismael, así será.
Os quiero, 
Ed.