viernes, 26 de abril de 2019

Viernes... para ti, español.

Hola a tod@s! 
En inglés existe una expresión que define con exactitud cuando alguien no sé percata de algo que disfruta… lo da por hecho. Probablemente quienes me lean, no sé cuántos lo hacen, encuentren un equivalente exacto en nuestra lengua. Yo no lo tengo en mente ahora. La cuestión está en dar por sentado algunos derechos, incluso todos, y actuar como si nunca pudieran desaparecer. Sin embargo, no es así. Quienes han tenido que dejar atrás sueños, familias y raíces por ganar algo tan inmaterial como son los derechos entienden de lo que hablo. A los otros, sólo os pido que abandonéis, por unos minutos, vuestra seguridad y ocupéis, también por unos minutos, la incómoda silla de quien no posee uno o dos de los derechos que tenéis. 
En unas horas, a penas dos días, estaremos votando. Un acto maravilloso donde cada ciudadano de este país podrá escoger, en libertad, el tipo de España que amanecerá el lunes 29. Un derecho que, por ejemplo, yo no tuve durante una dilatada parte de mi vida y hoy, gracias a mi nacionalidad adquirida, tengo. Sin embargo, este acto tan simple y rotundo podría peligrar. No son pocos los que piensan que el hecho de no haber nacido en suelos de la Madre Patria me hace menos español. De nada sirve saberme de memoria los poemas de Lorca y poder discutir sobre la Constitución con la propiedad que aporta haberla estudiado. No tienen peso las dos décadas dedicadas a la Ciencia en este país hermoso que me abrió sus brazos a finales del siglos pasado… no eres español nacido y crecido en España, no eres igual. Faltó decir: eres de segunda. Quizá muchos penséis que es una ficción, un diálogo inventado para este Viernes puntual. Desafortunadamente, no es así. Nunca diré sus nombres pero han sido dos conversaciones con dos personas que considero inteligentes, solidarias, cercanas y amigas… ahí lo dejo, reflexionad. 
Una vez abandoné todo, en palabras de una amiga “lo dejé todo que no era mucho, pero era lo que tenía” para ser yo. Ese “yo” que durante años tuvo que esperar para realmente “ser”. Vengo de un sitio donde votar libremente es un privilegio no concedido, donde nunca pude ir de manos por la calle con mi pareja, varón igual que yo. Allí tuve que simular otro Eduardo para lograr estudiar, sin sobresaltos, lo que quería. En mi isla metafórica, Cuba para los despistados, tenía que forrar los libros prohibidos para poder leerlos sin ser señalado, conteníamos lágrimas y emociones cuando alguien partía “por unos meses” a un lugar lejano del que nunca regresaría pero simulábamos que aquello no ocurriría. Fueron muchos los años desconectando mi cuerpo de mi mente y viceversa, repitiéndome una y otra vez: “seré yo, después” mientras cantaba el himno nacional e izaba una bandera. Hoy tengo muchas cosas pero sobre todo tengo derechos, muchos de ellos ni siquiera os percatáis de su existencia, nacisteis con ellos puestos, no tuvisteis que abandonar, simular, olvidar, asumir y luchar para tenerlos… pero esto, puede cambiar. Y no valdrá un “yo voto en blanco o no voto porque nadie me representa”, tampoco valdrá un “soy apolítico”… luego las consecuencias son para todos, incluyéndote a ti. Votar, además, es un acto responsable que debemos meditar. Hacerlo con rabia y despecho se aleja de cualquier recomendación. Existe el cerebro, exprímelo y piensa qué tipo de país generarías si tu voto fuera el de todos, qué opciones de gobierno se pueden dar con tu elección. No me considero a la altura de recomendar ningún partido… yo sólo soy uno más de aquellos que muchos consideran de segunda. Pero sí creo necesario decirte que votes y no dejes el sobre vacío. No creas que por ser frecuente y estar en la zona alta de la pirámide social los demás no importamos. Piensa que en algún momento, en un resquicio, en una característica y en algún lugar te puedes volver infrecuente, entonces, adorarías tener ese derecho que hoy das “for granted”. 
Os quiero, 
Ed.

sábado, 6 de abril de 2019

Viernes... inesperado

Hola a tod@s!
Hay ocasiones que las casualidades se pintan demasiado maduras como para creerlas, muy a pesar de mi ya conocido ateísmo. El viernes amanecí con un texto denso y bronco en la cabeza, sólo necesitaría unos minutos para transformarlo en palabras legibles y subirlo a la red. Mi Viernes versaría sobre algo en lo que había estado pensando toda la semana, tendría tintes de humor y un par de palabras cultas… pero los días, a veces, tienen otro plan. 
A primera hora tenía una visita peculiar en mi instituto, el IdiPAZ para los que no me conocen. Se trata de una pequeña que apenas sobrepasa la década de vida y quiere ser científica. Su madre, amiga de amigos, me rogó que la recibiera y aquello no pudo ser más inspirador. Con puntualidad casi inglesa llegó una personita de carita inocente que llamaremos Alba aunque ese no es su nombre. En cada gesto rompía su timidez innata para intentar quedarse con el detalle de lo que le comentaba. Sus ojos, grandes, devoraban cada palabra que pronunciaba… aquello me emocionó. Probablemente recordé a cierta persona en su niñez. Minutos después de su partida, y mientras me preparaba para ir al seminario semanal, un mensaje de voz trastocó la rutina. Alguien cercano me contaba que su sobrino, aún sin llegar a la primera década de vida, tendrá que ser intervenido para extirparle un tumor sólido… “el cáncer infantil no debería existir” dice constantemente mi amigo Antonio. Respondí aquel mensaje con mezcla de contención y ciencia en el ascensor, llegaba tarde al seminario de Patrick. El aula estaba casi llena, yo suelo sentarme en primera fila y logré sitio. Antonio, el oncopediatra que menciono en mi libro, el mismo que tiene el propósito de acabar con el cáncer en el amanecer de las vidas, estaba presentando a Patrick, un alemán nacido en Tanzania que dice hacer ciencia porque es su hobby. Fueron treinta minutos de datos alucinantes, la pantalla se llenó de esperanza para niños con tumores sólidos que hoy no son tratados con éxito… queda mucho por hacer, pero Patrick ha encontrado una ventana, la ha abierto y comienza a entrar luz. No pude irme a comer con él y Antonio, pero la noche que en principio iba a ser de serie, sofá y poco más, se llenó de sushi, tallarines, vino y estrategias experimentales para engañar a los tumores.
Nos dieron casi las dos de la madrugada, allí estábamos Antonio, su esposa, Patrick, mi Ismael y yo mezclando anécdotas con datos, mirando al futuro.
La vida a veces tiene un plan que te hace cambiar tu Viernes… 
Os quiero, 
Ed.