Por fin un Viernes puntual. Sí, no me fui a la playa como el 70% de los conocidos, ni tan siquiera me he movido de mi épsilon-vecindad. Ando por Madrid temiendo al verano que se avecina, contento de saber que existe un exo-planeta donde migrar cuando los políticos y alguna que otra prima donna, de esas que se expanden a razón de su ignorancia, destruyan por completo el sitio donde vivimos. También encuentro tiempo para formular y reformular mi teoría del paso evolutivo, no quiero decepcionar a Lissette que dice esperar la explicación con el cerebro abierto… yo te mando un beso.
En otra cuerda, me fui al Teatro Canal para ver “La voz humana” con María Bayo, salí satisfecho pero con el recuerdo de Felicity y Cecilia, una Lott y la otra Roth, cuando juntas hicieron historia en la Zarzuela. Más tarde me paso una tarde entera con Lilo, recién regresada de Cuba cargada de historias y esperanzas. Con ella me percato que la amistad profunda sólo se gana con el tiempo, la prontitud confunde. Sigo la semana, para mí nada santa, aprovecho para ponerme al día en cosas imposibles y disfrutar de esa soledad que nunca llegará a ser centenaria por razones diversas… y así fue como me enteré que Márquez moría, se nos ha ido, ya no está. El hecho me transportó a la juventud incipiente, cuando cada domingo leía una crónica suya que se publicaba en el periódico oficial del país de las metáforas, Cuba para los recién llegados a mi Viernes. Los Buendía no me eran aún conocidos pero aquellas combinaciones de palabras, letras, hechos e ideas me estremecían. Envidiaba como construía cada frase, su síntesis y su expansión. Muchos años después, incluso algunos más tarde de elevar a Carpentier al altar, me encontré, así de sopetón con la familia del coronel Aureliano… aquel día me dije: este es el libro. Cada vez que lo abría para continuar leyendo era como sumergirme en un mundo nuevo, nunca antes y jamás después me ha vuelto ocurrir. Aún sigo esperando que alguien logre encontrar la forma de elevar a otra Remedios la bella… la esperanza se va apagando y sólo queda la luz de una vela.
Os quiero,
Ed.