Hola a tod@s!
Luego
de una parada no técnica en Madrid, las vacaciones continuaron. Para el final
había dejado el reencuentro con una ciudad casi veinte años después. Sí, cuando
llegué a España mi pasaporte de antaño llevaba un visado erróneo y el correcto
me esperaba en Portugal… pero eso será historia de otro Viernes. Hoy os cuento
que íbamos a Lisboa. Por una vez me despreocupo, dejo que otro organice el
viaje, me echo una siesta y al despertar me anuncian que los billetes y el
hotel están cogidos. Como dicen en mi Cuba… el tiempo que restaba para el viaje
“me tiré a la bartola”, me dediqué a dormir y relajarme. Pero no del todo, también
me agencié una guía, planifiqué recorridos y visitas, me compré un libro
apropiado para leer allí con una historia de la Isla Metafórica que mezcla
nostalgia, decadencia y ganas de vivir… en fin, sólo quedaba el mar. Entonces,
ya en Barajas, una vez pasado el control de aduana, el otro sonríe
nerviosamente y me dice: “me equivoqué”. En ese momento nos percatamos que
teníamos billetes para Oporto y hotel en Lisboa. No doy crédito. Menos mal que
el billete no era para Moscú. Llegamos al aeropuerto de Oporto decididos a tomar un tren rápido para la
capital. Pero había que llegar a la ciudad… sacar un ticket para el metro es
complicado, sólo aceptan tarjetas portuguesas. Luego nos ponen otra prueba, hay
que sacarlos uno a uno (somos dos, el que me llevo a Oporto y yo), la máquina
comete un error y me da un papelito que debo entregar en la oficina de turismo
para que me devuelvan el dinero. Me cago en todo y sigo intentándolo. Con el
ticket en la manos subimos al andén. No me lo puedo creer, según el panel el
tren que nos lleva a la ciudad llegará en 22 minutos… aquí los tiempos son
otros. Pero Lisboa merece tres horas adicionales de tren y las risas nerviosas por
una metedura de pata que quedará en mis anales.
La ciudad decadente que conocí hace casi dos décadas, ¿Carlin te acuerdas? sigue teniendo el mismo aire despreocupado de quien tiene todo el Atlántico a su vera. Callejear por sus cuestas te hace disfrutar de lo cotidiano, el aire del océano se lleva las preocupaciones y la vida resulta más fácil. Se nota en quienes la viven… la troika y los bancos tóxicos no han podido con esto. Me recorrí hasta el agotamiento sus callejuelas, me refugié cuanto pude en las iglesias…¡que distinto sería todo si toda la riqueza usada en construir templos para la adoración religiosa se hubiese empleado en crear observatorios astronómicos, centros de estudios no teológicos etcétera!
La ciudad decadente que conocí hace casi dos décadas, ¿Carlin te acuerdas? sigue teniendo el mismo aire despreocupado de quien tiene todo el Atlántico a su vera. Callejear por sus cuestas te hace disfrutar de lo cotidiano, el aire del océano se lleva las preocupaciones y la vida resulta más fácil. Se nota en quienes la viven… la troika y los bancos tóxicos no han podido con esto. Me recorrí hasta el agotamiento sus callejuelas, me refugié cuanto pude en las iglesias…¡que distinto sería todo si toda la riqueza usada en construir templos para la adoración religiosa se hubiese empleado en crear observatorios astronómicos, centros de estudios no teológicos etcétera!

Aprecié un florecimiento del
comercio pequeño, diminuto, familiar y destinado al vecino. No vi locales
cerrados ni mucha basura en el suelo, tampoco caras tristes ni ánimos
exaltados. Cuando estaba harto de subir cuestas una vista me sacaba del paso,
me transportaba a otra ciudad que recuerdo en blanco y negro. Lisboa está viva,
hay un ambiente propicio para la creación, es bohemia pero no se vanagloria de
ello. También visité sus alrededores, en Belem me enamoré del estilo manuelino
y comí unos pastéis en un sitio con dos siglos de tradición, en Caparica gocé
de una playa amplia y limpia.

Por las noches me perdía por el Barrio Alto, una
de ellas cené en la Cervejaria Trinidade que lleva sirviendo comida desde hace
175 años y está situada en un antiguo convento del XIII, recomendación de una
amiga, esperaba lo mejor… entonces para no seguir románticos he de decir que ha
sido el lugar donde peor he comido si descontamos el comedor de la universidad de
La Habana y un restaurante del Escorial… ya lo dijo Wilder en 1959 “no body is
perfect”. Pero mi amiga acertó en otras mil cosas, Lisboa ha entrado en altar
de mis sitios favoritos. También acertó “el otro” con su billete equivocado a
Oporto, tres horas de ida y tres horas de vuelta se aprovecharon para leer “La
novela de mi vida” esa que cuenta la vida de Heredia… mientras tanto por la
ventana se sucedían paisajes verdes que, una vez más, me transportaban a
lugares añorados a los que, posiblemente, nunca volveré. He de decir que cuando
allí vivía, lleno de sueños por cumplir, rodeado de crisis y desespero, una
carta de algún amig@ que podía permitirse un viaje, unas vacaciones, algo
distinto, me llenaba el alma y me daba aliento. Por eso hoy, pese a las
críticas recibidas y los malintencionados comentarios en mi blog, sigo contando
las experiencias vividas porque sé que habrá alguien como yo en el pasado que
disfruta con ello.
Os quiero,
Ed.