Hola a tod@s!
Volver a la semilla me hace respirar, llenar los pulmones de puro oxígeno, echar a andar… En un mundo plagado de opciones es fácil equivocar el rumbo o, lo que es aún peor, quedarse petrificado frente a la pléyade de caminos posibles, apetecibles e intrigantes. De niño tenía dos canales de televisión y los libros que se empolvaban en la biblioteca municipal para entretener mis horas libres. De aquellos dos canales, tan sólo uno transmitía películas, en blanco y negro, he de aclarar. Y lo de los libros en la biblioteca chocaba con mi velocidad de lectura, se acababan las posibilidades con gran celeridad. Era fácil, allí estaba yo frente a la tele un sábado por la noche para ver lo que alguien había elegido; sin ninguna posibilidad de cambiarlo, modificarlo o elección del lenguaje. Versión original subtitulada y punto. Desde aquella pantalla llegaron a mi retina los Felinnis, Bergmans, Tarkovskis, con sus Romas, Sellos y Espejos… en algunas ocasiones me dormí, en otras resistí, en la mayoría de los casos aprendí. De la biblioteca bebí ediciones españolas de Enid Blyton con sus “vosotros”, inusuales en el Caribe, y así recorrí praderas inglesas tapizadas de giros de la Madre Patria. Luego llegaron los Sábatos, Zweigs, Cortazars y no hubo elección posible, o los leías o no había otra cosa. Esas fueron mis noches en aquel Jovellanos, tierra oscura de mi infancia y juventud. Nunca tuve la tentación de compartir mi última erección juvenil con un grupo de whatsapp, ni el menú de Netflix para escoger qué serie, qué película, qué documental ver. No había instagram para escudriñar la vida de un amigo en potencia o una fantasía por descubrir. En la radio se escuchaban cantautores que escribían poesía musicalizada, a pura guitarra o con una banda de jazzistas empedernidos. No tenía tendencias en spotify y charlar electrónicamente con una escritora fetiche como Daína Chaviano era, sencillamente, un imposible. … así crecí.

Os quiero,
Ed.