Hola a tod@s!
Voy cerrando una semana con días en los que
invierto la mañana en poner una coma y la tarde en quitarla… sí, así es de
triste. A lo Oscar Wilde, pero sin su glamour, estoy encerrado en mi mismo
tratando de poner palabras inglesas a mis ideas latinas en un proyecto que me
está asando lentamente y sin condimentos. Mientras tanto, el mundo sigue
girando sin percatarse de mi estado-estático-improductivo-decodificado. Por
aquí meten en la cárcel Bárcenas años después de que todo dios estuviera convencido
que es un cabrón de mucho cuidado, por USA derogan la DOMA que era lo mismo que
una vergüenza incrustada en las leyes americanas, entre China y Rusia anda el
chico que ha desvelado las singulares maneras de la diplomacia, cosa que está
sirviendo de pretexto para encender la guerra fría Putin-Obama y un etcétera
abultado que me viene un poco al pario dado mi no-estado de gracia. Entonces,
rememorando los viejos tiempos universitarios, y hablo de cuando al otro día
tenía una clase práctica de Análisis Matemático con su bulto de ejercicios por
hacer, un laboratorio de Física Molecular con el correspondiente informe a
entregar, una evaluación de Geometría Analítica y un seminario de Filosofía
(Marxista!), eran las 7 de la tarde y decía… “mejor me voy al cine porque no
llegaré a todo”. Ahora con un poco más de responsabilidad me ponía el cine u
otra actividad lúdica como zanahoria y así fue como os puedo comentar que
“Hannah Arendt” es la película que necesitaba ver. Se basa en un pasaje de la
vida de la emblemática filósofa judío-alemana que siempre defendió su deseo
perpetuo de pensar. Ella decía que “entender no quiere decir perdonar” a lo que
añado… y mucho menos olvidar. Al ver esta película que narra todo lo que se
armó por sus artículos a raíz del proceso contra el nazi Einchmann, descubrí a
través de sus razonamientos mi permanente deseo de entender al contrario sin
que esto signifique que perdono u olvido sus daños. Más allá de todo lo
personal, es una película excelente con una tesis a recordar: el deber y el
consciente deben estar en permanente sincronía aunque lograrlo es tarea
titánica. En otra escapada me fui a ver “Laurence
Anyways”, una vuelta a los 80 con la vida de un luchador por ser quien cree
ser. La película cuenta la historia de un hombre con vida establecida y
“placentera” que decide hacer caso a su yo, rasgarse la piel y exponer la mujer
que llevaba encerrada. Es tan difícil no dejarse llevar y complacer al mundo
con la apariencia que les gusta de nosotros, las palabras precisas, los gestos
adecuados, el camino a seguir. Seguro estoy que un porcentaje elevadísimo de la
población mundial es un Laurence en potencia. Su caso era más dramático, estar
encerrado en un cuerpo equivocado debe ser atormentador, pero también es
agotador ser el simpático porque gusta y se espera que lo seas, mostrarte
resolutivo porque es lo debido y así una lista inacabable. Volviendo a la
película, como si la historia con guión sólido fuera poco, tiene una dirección
de fotografía envidiable y actuaciones memorables. Por cierto, delante de mi
estaba Almodóvar, nada de glamour tampoco esta vez, era la sesión primera a la
que nadie va, en la que me lo he encontrado varias veces… tuve que cambiarme de asiento porque sus pelos
no me dejaban ver. Y para rematar, esta vez si con algo de glamour, estuve en
el estreno de La Novena en Real por la Berliner (la filarmónica de Berlín). Los
que me conocéis más sabéis que se me abrieron los oídos a la música clásica
escuchando la Novena de Beethoven, recuerdo el primer día que la escuché entera
casi me muero. Ilusionado por el cuarto movimiento que ya conocía, un conocido
de la familia me sentó frente al tocadiscos y me puso los cuatro movimientos
seguidos. Era demasiado para mi edad y origen, pero con el tiempo aquella versión
(la que grabó Toscanini a principios del siglo XX) se volvió fetiche y cada
primero de enero la escucho íntegra. Pues bien, luego de un día de comas si,
comas no, me fui al Real para tener mi segundo encuentro con la mejor
filarmónica del mundo, según muchos. No niego que estaba nervioso, tampoco que
la perfección de los músicos fue extraordinaria, pero casi mato al coro y los
solistas que hicieron de la noche un aborto en toda regla… en fin. Así, perdido
en la perfección, me retiré a casa, con mi proyecto y los párrafos que no
salen. No sin olvidarme que el núcleo cuántico cumplió 100 años… hace
justamente un siglo Bohr publicó tres artículos magistrales, siendo el primero
de ellos un puñetazo en la jeta de la
física clásica, aquel jovenzuelo se le ocurrió postular que la energía de los electrones que orbitan
alrededor del núcleo viene dada en paquetes, es decir, está cuantizada. Con
este supuesto y, dado que la energía del electrón depende de la distancia a la
que orbita del núcleo, concluyó que el electrón solo puede orbitar a determinadas
distancias, o niveles, del núcleo. Cuando un átomo gana energía, el electrón se
desplaza hacia las órbitas más alejadas, y al perderla, salta de órbita en
órbita, como si bajara los peldaños de una escalera. En estos saltos, que
pueden ser de uno o varios escalones, emiten luz, fotones, cuya frecuencia es
proporcional a la diferencia de energía que existe entre los dos niveles
orbitales… pero qué hago yo hablando de ciencia.

Os quiero,
Ed.