
Resulta que por azares y otras circunstancias,
una reunión de la Europa unida se celebra en Freiburg. Resulta, además, que a
esta reunión debía asistir y allí fui. Al llegar tuve la misma impresión que
antaño: sitio gris, ambiente rígidamente-calmado, entorno propicio para la
intromisión sin estímulo… es decir, un no-lugar para mí. Aquí estaban los mismos
cielos grises, las montañas que vigilan, esa llovizna fina y fría que amenaza
con tornarse gruesa, empapadora. Pero al tomar un taxi hasta el hotel un detalle
me sacó del paso. El taxista era de raza negra, me advirtió que no hablaba bien
alemán pero que se comunicaba en inglés. Wao! Esto en el Freiburg de mis
recuerdos era impensable. Pero no paró aquí, luego de un par de calles veo
paredes enteras con grafitis y quizá merece un segundo “wao”, pero prefiero
guardarlo para más tarde. Entonces llegué a un hotel con aspecto de perfecto y
en realidad lo era, sólo que pertenecía a una cadena de establecimientos
católicos, la cruz precedía la entrada y un nuevo testamento me acompañaría por
las noches, el segundo “wao” lo dejo
para esto. Pero todo pasó a un plano secundario cuando reconocí a mis colegas,
nos fuimos a cenar, crema de espárrago que no falte, y nos pusimos en marcha
con lo que allí me-nos trajo. Otras consideraciones me vienen a la mente y
todas a colación de esta reunión. "Expertos” variopintos debíamos realizar
recomendaciones al poder europeo sobre temas que afectan a la experimentación
con humanos. No es la primera vez que Europa me usa para esto, no es la primera
vez que constato la lentitud, la redundancia, la excesiva democracia, el
respeto exagerado y el avance en círculos que caracteriza al viejo continente.
Por una parte, es admirable la manera en que se van tomando las decisiones donde
cada opinión es escuchada y cada recomendación consensuada. Mientras que por
otra, duele el tiempo invertido y el poco avance en vertical. Pero así es
Europa. A veces la comparo con los consejos interplanetarios imaginados por
tantos escritores de ciencia ficción, donde razas distintas intentan un punto
común, la mayoría de las veces con poco éxito. Lo cierto, es que la experiencia
fue buena y de allí me llevo enseñanzas, historias y nuevos amigos. Cosas
curiosas como encontrarme a un científico colombiano que vivió en Provindece
antes de pasar por NY y finalmente vivir en Barcelona. También un matemático
indio que se dedica a la bioestadística, con quien estuve hablando en inglés un
buen rato, antes de descubrir que bajo esa tez característica del país de las
vacas libres, había un borica (puertoriqueño) hijo de inmigrantes indios que
estudió en Estados Unidos y hoy vive North Caroline. El no-indio con un español
perfecto se descubrió un cuenta-cuentos magnífico. Nos pasamos una cena
contándonos batallas floreadas con la tintura inevitable con que salpicamos
nuestras historias quienes nos gusta contar historias. También intercambiamos
recetas porque, al igual que yo, le fascina la cocina y odia fregar. Lo cierto
es que estos dos días y medio en Freiburg han servido para borrar aquellos
meses oscuros y mirar con otros ojos esta parte del mundo vivido que sigue no
siendo para mí. Ahora continuo en un tren rápido que, tercer “wao”, se ha
retrasado 10 minutos y me está llevando por Suiza al encuentro de Any. Por la
ventana el verde duele por lo intenso y yo me preparo para abrazar a quien
tanto quiero y dice esperarme con una cena cubana en medio de este país
perfecto que para mí sigue siendo centro Europa y, por lo tanto, vetado para
vivir.
Os quiero, Ed.
PD:¿Qué pasa en España? Consultad internet :-)