Ha sido una semana antológica, no he leído el periódico ¿sabíais que se puede vivir sin las noticias? Por lo que no me enteré del satélite sobre nuestras cabezas, tampoco supe de cacareos políticos, ni tuve conciencia de las bajadas consecutivas de la bolsa… estuve todo el tiempo en el cine y eso es un placer. He de decir que en mis tiempos habaneros las dos semanas del festival de cine latinoamericano eran sagradas, nada ni nadie me podía sacar de la sala oscura. Este año, gracias a una revista on line con la que colaboro, el apoyo de mi amigo Robert y la compañía de Dani y Babbo pude revivir aquellos momentos en una ciudad muy diferente pero hermosa: San Sebastián. Muchas fueron las vivencias para contar y dos películas me llenaron de luz: “La voz dormida” que la crítica crucificó y “The artist” que todo el mundo ha elevado al altar. Pero prefiero obsequiar a quienes me leen con una breve reseña de mi primer día en el Festival… Os quiero, Ed.
San Sebastián por estos días deja de ser esa ciudad tranquila de provincias que enamora al más exigente para transformarse en metrópoli del celuloide. Sus calles están llenas de personas con caras de “yo soy importante” y una especie de guindajo en sus cuellos que los identifican como acreditados en el Festival 59 que esta ciudad organiza, yo entre
Pero vayamos por partes, cuando aterricé en el Kursaal para acreditarme, una especie de agobio me envolvió y quise enterarme como moverme entre tanto periodista listo, críticos de altura y opiniones esféricas. Finalmente logré hacerme con el ya mencionado guindajo que lleva una plaquita con mi foto y nombre… entonces empezó lo bueno. Me metí en una sala, donde sólo los privilegiados del guindajo tenían opción a butaca y me extasié con la película de Benito Zambrano, estuve a punto de llorar y a mí alrededor, los otros del guindajo, moqueaban a mi compás. No obstante a todo eso, cuando salí en los corrillos de entendidos, los que antes moqueaban ponían verde a Zambrano y a toda su familia… cara de perplejidad, pero me callé. Luego vino mi primera cena, aquello fue estresante, no coincidía con la opinión de ninguno y, lo que era peor, no había manera de “meter la cuchara” en la conversación llena de datos, nombres, referencias a doscientas veinticinco ediciones de Canes y trescientos cuarenta y cuatro festivales de Toronto, Venecia, Berlín y Burundi. A ninguno le gustaba ninguna película, todos los actores eran horribles y los guiones eran folletines… wao, dónde he caído. Por suerte, un amigo-periodista-con-guindajo dijo que le había gustado la propuesta de Zambrano y consideraba que su protagonista merecía todos los premios. Menos mal, pensé, estaba casi seguro que yo era el único en este microplaneta que había disfrutado con aquella película. Entonces tomé una determinación… voy a gozar del festival, me sentaré en la sala con la mente en blanco y ganas de sorprenderme, lloraré si una imagen me lo provoca y reiré si me sale la carcajada… que el cine es para disfrutar y dejarse llevar por la historia que alguien nos cuenta. Y así hice, me cogí una mochila, metí las gafas, el programa y unas gotas que refrescan los ojos y empecé un día de locos pero sin faldas. Primero dejé que un asiático me contará como vivió la revolución cultural de Mao en su pueblo perdido de la geografía China, la película no me conmovió, tampoco me aburrió y si me percaté de un buen trabajo de dirección con los niños que llevan gran parte de la historia, estoy hablando de “11 Flowers” de Wang Xiaoshuai. Más tarde, mi imprudencia cinematográfica me hizo pasar una hora y media buscando el “Happy end” que prometía la película sueca que no se sabe bien si va de maltratos, o de esa desesperanza nórdica con la que nunca he podido. En fin, un aborto de filme con un personaje secundario de tanta frialdad que no me extrañaría verla alzar algún premio. Llegó la hora de comer y de nuevo tuve asalto continuado de horrores y partos imposibles… pero esta vez fui inmune y hasta me divertí con mis “colegas” del guindajo. Entonces llegó la sección de tarde y con ella una japonesa deliciosa que es un viaje y un aprendizaje. Con “Wish” la pasé genial, diría “de película” pero sería redundante. Unos niños intentan hacer cumplir sus deseos para lo cual deben asistir al encuentro de dos trenes de alta velocidad. En apariencia simple, el guión perfila una