domingo, 20 de febrero de 2011

Viernes de esperanzas...

Hola a tod@s!
Con auténtico placer puedo decir que no todo está perdido, bueno, eso de alguna manera ya lo intuía. Tal y como una vez dije, frente a un frasco lleno de colorantes tóxicos donde crecía plácidamente un hongo, “la vida siempre se abre paso”. La escena que cuento ocurría en un laboratorio en mi época de postdoc y un estudiante de doctorado “freaky” me dijo: “Eso lo sacaste de Parque Jurásico, ¿no?” Lo cierto es que no sabía si era invención mía o copia barata, pero estaba clara la conclusión: la esperanza siempre florece como lo hacía aquel hongo en un ambiente totalmente adverso. Todo esto viene a colación de una anécdota que quiero contar. Desde hace tiempo vengo observando a uno de los becarios que intenta hacer la tesis doctoral en un laboratorio contiguo al que dirijo. El chico en cuestión tiene mi mismo horario de entrada y por ello coincidimos varias veces en el metro, donde siempre está con un libro en la mano. Por timidez o simplemente por esa especie de respeto que me tienen su saludo es mínimo, por otra parte, ese tiempo también lo aprovecho para leer y prefiero no hablar. Sin embargo, no hace mucho el saludo se produjo cuando ya esperábamos la apertura de la puerta y, por aquello de evitar un silencio incómodo, le pregunté por el libro que leía. La respuesta esperada era cualquier “best seller” de moda o quizá algo peor: un texto de crecimiento personal. Por más que me he empeñado durante los últimos años en elevar el nivel cultural de quienes pasan por mi laboratorio, el resultado siempre ha sido el mismo, no les interesa leer algo inteligente. Sin embargo, estas fueron las palabras que escuché: “El segundo de En busca del tiempo perdido de Proust. Realmente pensé que no había escuchado bien. Inmediatamente busqué mil y una explicaciones: se encontró el libro y lo está hojeando, se equivocó… en fin. Volví al ataque e inquirí, ¿Vas por el segundo? ”Sí, hombre cuesta pero me gusta más que el primero. Lo que pasa es que en la biblioteca de donde los saco no tienen el tercero, pero me lo han encargado, ojalá lo tengan para cuando acabe este.” No me podía creer lo que escuchaba. Mi opinión sobre esta generación de internet, móviles e inmediatez deja bastante de desear. Creo que los de hoy piensan que la sabiduría está en Google y que profundizar es una cuestión antigua y superada. La alegría me duró todo el día, recordé cuando me levantaba temprano los sábados para ir a la biblioteca nacional a leer ejemplares únicos de Stephan Zweig y Ernesto Sábato… pensé que existe una esperanza. Tiempo después me volví a encontrar con el becario en cuestión y le pregunté por su experiencia Proutsiana y, con un lenguaje no muy escogido, me confesó que estaba terminando el último y que era una experiencia “cojonuda”. Le pregunté si conocía algún escritor cubano, en específico Carpertier. A su no por respuesta, le dije que leer La consagración de la Primavera me enseñó más que muchos cursos en el bachillerato. Me dijo que buscaría el libro, me prometí regalárselo. Unas semanas más tarde le regalé el libro de Carpertier y un par de días después volvimos a coincidir en el metro, esta vez en dirección contraria, el vagón estaba lleno y no hubo oportunidad de sentarse y leer… entonces hablamos. Me comentó sobre el libro, me preguntó sobre la ciudad de las Columnas, me dijo que le había costado entender el principio porque poco sabía de ballet. "¿Nunca has visto ballet?" Pregunté. “Sí, hace poco en el Real vi bailar las Variaciones de Goldberg, es que me gusta mucho la música y tengo un abono para el Real.” ¿Cómo? ¡Un becario que gana menos de mil euros al mes que evidentemente proviene de una familia media-baja, se gasta el dinero en un abono para la ópera! Todo joven que conozco protesta por el precio del cine, jamás va al teatro porque las funciones son caras, sin embargo no ponen peros en gastar dinero en beber, comprar hachis y otras actividades más bien poco instructivas. Seguí indagando y le pregunté de dónde venía su interés por la música clásica. “Buscando en youtube escuché cosas de Mozart que me impresionaron, seguí buscando y, jo’er me pareció genial. Luego me pillé un abono de los baratos, estoy bien arriba en el Teatro… pero me gusta.” El chico en cuestión tiene cara de buena gente, trabaja en un proyecto algo atascado, dice que no habla de lo que lee y escucha porque no conectaría con la gente que le rodea, en su familia nadie sabe quién es Bach… cuando nos despedimos en el metro, le pregunté, con algo de vergüenza, su nombre. Habíamos hablado unas cuantas veces pero yo no conocía ese dato. “Miguel” me dijo. “Yo soy Eduardo”. “Hombre, a los jefes los tenemos localizados”, fue su respuesta.
Hoy tenía muchas cosas que comentar: la aburridísima gala de los Goyas que subraya lo de segundas partes “siguen” sin ser buenas :-). También está esa ola que va inundando el mundo árabe y va haciendo caer a los dictadores de esa zona del planeta. Un capítulo entero le hubiese dedicado al caradura de Fidel Castro que no ha tenido vergüenza en expresar su “apoyo” al pueblo egipcio en su valiente lucha contra el dictador; el descarado tiene la poquísima dignidad de decir que Mubarak oprimía y saqueaba a su propio pueblo. ¿Qué diablos lleva haciendo este señor desde hace 51 años? Pero, prefiero seguir con la parte bonita de la vida y pensar que definitivamente no todo está perdido y, si queremos, internet puede ser una fuente inagotable de sabiduría. Ojalá proliferaran los Migueles y en ello mucho tendremos que ver los mayores.
Os quiero, Ed.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustaría ser tu becaria! Elisa

Anónimo dijo...

Dónde dan becas con Ed? :-)

Anónimo dijo...

La esperanza es lo último que se pierde, este chico no es una aguja en el pajar... hay muchas agujas por descubrir. Me gusta tu blog. Heriberto.

Anónimo dijo...

Ya es sábado!

Anónimo dijo...

Hablanos de ciencia.

Vicen