jueves, 18 de noviembre de 2021

Cena para uno

Hola a tod@s! 
Hace muchos años conté en un Viernes mi experiencia al comprar una única entrada para el cine. Era sábado por la tarde y dos veces tuve que especificar que sólo quería una, la taquillera no daba crédito a mi requerimiento. Ir al cine sin acompañante era una costumbre que, a pocos, fui arrinconando. El placer de compartir experiencias ganó terreno y se instaura como norma. Algo parecido ocurre con el momento de alimentarse. Es extraño ver a una persona compartir mesa con su soledad. Cuesta una barbaridad prepararse un buen plato si será degustado por un único paladar, el nuestro. Aceptar que, en realidad, somos el primer número primo no aparece en las listas de buenos propósitos para el año nuevo. 
Ahora llega diciembre, el frío mes que siempre me ha congelado la médula. Entre mis costumbres ancestrales no figura la celebración de cenas navideñas en familia. En mi Jovellanos natal la tradición era regresar de la ciudad para saborear un arroz congrí y algo de carne con mis padres el último día de diciembre. Luego tocaba esperar el cambio de año charlando con amigos sobre planes muy futuros en palacios distantes. Sin embargo, más de un cuarto de siglo por estos lares me ha grabado a fuego la necesidad de una cena especial el 24, algún regalo el 25 y las uvas el 31. Algo realmente difícil cuando volvemos a proyectarnos como el primer número primo: uno. Con muchas canas y varias heridas llego al final de este 2021; el 2022 lo andaré con más ausencias de las esperadas, pero “no habrá mal que por bien no venga” decía mi madre. Tendré más tiempo para dedicarlo a lo importante. 
Os quiero, 
Ed.

domingo, 14 de noviembre de 2021

La maldita circunstancia de la soledad por todas partes...

Hola a tod@s! 
Dicen que puedes estar en una isla desierta y sentirte arropado, yo he pernoctado por ciudades populosas con la soledad congelándome la médula. 
De pequeño busqué una pócima para inmortalizar seres queridos, mi olfato infantil me prevenía sobre el futuro… Los sueños me alejaban, físicamente, de cualquier entorno conocido, me separaban de la calidez familiar. Dada la imposibilidad de encontrar el brebaje divino, se instaló en mí la necesidad de buscar el calor humano que el amor y la amistad proporcionan cuando el núcleo familiar se desvanece como una foto en blanco y negro en una pequeña caja repleta de recuerdos. 

No pocos tropezones, seguidos de estruendosas caídas, me han marcado el camino casi siempre sinuoso, lleno de incómodas sillas y otras serpientes. Los amigos y las parejas son eso, amigos y parejas, pocas veces -si es que ocurre- por un tiempo se tornan seres con tintes de incondicionalidad. Algo que, con los años, va perdiendo los tonos intensos para quedarse en gamas de grises hasta esfumarse. 
Soy dado a desnudar el alma, estas palabras son una muestra palmaria de lo que digo, cuido a las personas que considero válidas como si de familia cercana se tratasen, voy arropando a quienes se acercan y, sobre todo, me cuesta decir adiós. Pero el dicho dice: cuando no quieres caldo, tres tazas. Las mías son tazones aunque por ello no me siento especial. Es, simplemente, la maldita circunstancia de la soledad por todas partes. 
Os quiero, 
Ed.