miércoles, 27 de abril de 2022

Viernes de un mensajero apunta al corazón; y no es Cupido.

Hola a tod@s! 
Decía Bécquer que no se tiene corazón por aquello de sentir sus latidos. En ese caso sólo podemos decir que tenemos “una máquina que al compás que se mueve hace ruido”. No seré yo quien contradiga al poeta, mas la realidad es que ese pequeño músculo que se contrae rítmicamente nos mantiene vivos, aún cuando una depresión amorosa se apodera de nuestro ser. Este Viernes lo dedicaré a ese cúmulo de células que ha confundido a científicos y poetas. 
Sabemos que los llamados ataques al corazón representan alrededor del 85 % de los 18 millones de fallecimientos por enfermedades cardiovasculares en el planeta. Esto ocurre cuando el flujo de sangre oxigenada se obstruye repentinamente en una o más de las arterias coronarias que abastecen al músculo cardíaco. En ese momento, una sección del músculo no puede obtener suficiente oxígeno y, si el flujo de sangre no se restablece rápidamente, las células que componen el corazón mueren; un proceso que, por ahora, es imposible revertir. 

Aparentemente nacemos con un número determinado de células musculares en el corazón y son exactamente las mismas con las que moriremos. Por ello encontrar un tratamiento que pueda “convencer” a las células supervivientes de un ataque cardíaco de que proliferen para sustituir a las muertas es un sueño científico de infinitas aplicaciones en la medicina. Supongo que llegados a este punto te preguntarás: ¿Y todo esto a qué viene en una semana donde nos estamos quitando la mascarilla, aunque la pandemia continúa? 
Vayamos por partes. Con la pandemia de la COVID-19 se ha dado un salto cuántico en la aplicación de la tecnología que involucra el ARN mensajero –mRNA en sus siglas inglesas– para hacer que algunas células del cuerpo produzcan proteínas del SARS-CoV-2 y, de esta forma, nuestras defensas las encuentren y generen anticuerpos contra este virus sin la medicación de una infección. Vale la pena aclararte que lo de mensajero se podría explicar porque lleva el mensaje necesario para que haga una acción. Estaba meridianamente claro que esto no se quedaría en una única aplicación, es decir, las vacunas. Las mentes científicas, siempre inquietas, van más allá y ahora se prevé una revolución en el campo de la cardiología usando los mismos conceptos y herramientas. Por estos días un equipo de científicos en el Reino Unido ha utilizado la misma base tecnológica de las vacunas de mRNA contra el SARS-CoV-2 para incitar el crecimiento de tejido sano cardíaco luego de un episodio de infarto. Según nos cuentan, al inyectar algunos mRNA precisos se puede lograr que el tejido dañado se regenere, evitando una evolución hacia la insuficiencia cardíaca de fatales consecuencias, algo que frecuentemente ocurre luego de un infarto. Parece magia, pero no lo es. Como siempre te aclaro: es ciencia. Aunque aún es extremadamente preliminar, este estudio va indicando el camino a seguir para tratar dolencias que anualmente arrebatan la vida a millones de personas. 
En este sentido otro equipo, esta vez estadounidense, está atacando el mismo problema usando la misma tecnología, pero desde un ángulo diferente. Ellos ambicionan solucionar una complicación derivada de los ataques de corazón que denominamos fibrosis cardíaca. Este proceso se puede entender como la cicatrización de una lesión en el corazón que afecta la correcta función del órgano. La idea involucra, además, la inmunología. Te explico: Se diseña un mRNA capaz de transformar algunas células de nuestras defensas en verdaderos agentes terapéuticos que van a eliminar esa fibrosis cardíaca generada después del infarto. Los ensayos en modelos animales apuntan a una reducción significativa de la fibrosis y, por consiguiente, una mejora evidente de las funciones del corazón. Con anterioridad se había postulado y probado la misma idea, pero sin usar un mRNA. Esto implicaba extraer sangre de los pacientes que han sufrido un infarto, modificar algunas de sus células del sistema de defensa, lo que llamamos sistema inmunológico, y luego incorporarlas al cuerpo del paciente para que sean capaces de reconocer y eliminar la fibrosis del tejido cardíaco. El avance significativo al usar un mRNA consiste en que no sería necesaria la extracción de la sangre ni la transformación de las células fuera del paciente. En este caso, una inyección con los mRNA adecuados convertiría temporalmente al propio cuerpo en una fábrica de células inmunológicas que reconocerían y atacarían a la fibrosis. En resumen: un mensajero apunta al corazón; y no es Cupido. Debo decirte que estos datos son muy prometedores, mas sólo se han probado en modelos no humanos. Aún queda mucho campo por andar y ciencia que financiar para convertirlo en una realidad; porque la ciencia es cara, pero da réditos. 
Os quiero, 
Ed. 
PD: Modificado de mi columna en El Español.

sábado, 23 de abril de 2022

Viernes... con confesión por Semana Santa

Hola a tod@s! 
Con la lluvia de siempre, pero sin las prohibiciones de los últimos dos años, esta semana ha vuelto a ser santa para regocijo de creyentes y seguidores de tradiciones. Las calles de muchas ciudades se llenan de procesiones. El aire trasmite sentidas saetas que provocan lágrimas tanto en devotos como en personas sin credo católico que se emocionan ante un acto de fe. Desde mi ya conocido ateísmo quiero hacer un alto en la divulgación científica de cada sábado y hacerte una confesión. Mas eso será adelante. Primero me gustaría centrarme en esa eterna disyuntiva que tantas discusiones me ha ocasionado: ciencia versus religión. 
Reconozco que en el pasado cercano he sido un febril defensor de la ciencia como única vía para explicarnos el universo y las relaciones sociales. Más de una vez le justifiqué a mi suegra de entonces el ateísmo con la simple sentencia: “No necesitamos a un Dios para estar acompañados, entender el universo, ni vivir”. No tengo que decirte que estas aseveraciones tajantes me han granjeado varios malentendidos y alguna que otra descalificación. Mas mi consciencia se lustra con el hecho de haber leído no una, sino varias veces el sagrado libro que muchos mencionan, pero pocos han estudiado en profundidad: la Biblia.
Desde niño me intrigó el hecho de que varias generaciones tuvieran por guía espiritual un texto escrito hace un par de milenios. Ya en mi juventud universitaria y con la organización mental que me caracteriza, busqué en mis repetidas lecturas de la Biblia un mensaje para el pichón de científico que en aquel momento era. Escudriñé cada arista del Antiguo Testamento para encontrar alguna clave; me hubiese conformado con un “la vida son dos serpientes que se retuercen entre sí” o “no podrás competir con un rayo”, la primera dando a entender que la existencia conocida tiene su base en dos hebras de ADN que se entrelazan, mientras que la segunda se referiría a la imposibilidad física de superar la velocidad de la luz. Mas no fue posible, no encontré ningún mensaje claro para mí. En algún momento tuve como proyecto retomar mi pesquisa usando una versión en hebreo o quizá en latín del sagrado texto. Ya sabemos que las traducciones suelen ser versiones libres y las sutilezas se pierden en el camino. Al final desistí. Con los años me fui rodeando de colegas científicos donde predominaba el ateísmo o cómo mucho la simpatía con un sentimiento agnóstico. Sin embargo, cuando me salía del club la diversidad se expandía y las discusiones desde puntos de vista divergentes se fomentaban. Según algunas estadísticas que habría que tomar con precaución, el 83 % de la población declara creer en algún Dios, el 12 % supone la existencia de un gran poder, aunque no se lo asigna a una deidad y tan sólo el 4 % dice ser ateo. Estas cifras cambian drásticamente cuando vamos a la comunidad científica, en este caso el 33 % dice reconocer la existencia de un Dios frente a un 41 % que niega cualquier tipo gran poder. Es curioso que el sentimiento religioso va disminuyendo con la edad entre los científicos, rozando el 50 % de ateísmo puro en mayores de 65 años. Sin estadísticas disponibles para sentar cátedra, me aventuro a decir que justo lo contrario ocurre en la población general. Dejando los números a un lado vayamos a las preguntas esenciales, esas que nos planteamos cuando estudiamos filosofía. ¿Qué haría un Dios para recordar su existencia a su creación? Este cuestionamiento me ha perseguido toda mi vida. Poco a poco y luego de mucho pensar llegué a la conclusión de que, de ser Dios, dejaría mi impronta en lo ínfimo y lo enorme. Mi firma saltaría a la vista de quien no me busca, pero intenta revelar los secretos de la naturaleza. 
Ahora es cuando viene mi confesión de Semana Santa, la duda que hace tambalear mi ateísmo casi furibundo. Esa vacilación en mis principios tiene forma de número, un número irracional: te hablo de Pi. El archiconocido se define como la razón entre la longitud y el diámetro de una circunferencia. Pero sabemos que es mucho más que eso. Este número infinito aparece en las relaciones matemáticas que describen procesos del mundo cuántico y también en las proporciones astronómicas, en otras palabras, es una impronta en lo ínfimo y lo enorme. Por citar, el período de oscilación de un péndulo es dos veces Pi; cuando estudiamos la probabilidad de ocurrencia de un evento y establecemos una función para describirla sale el número Pi; en las llamadas series infinitas Pi es protagonista… y así un largo y abultado etcétera. Confieso que aquí las dudas me embisten, arremeten contra la línea de flotación del buque que alberga mis principios. Luego analizo y busco el razonamiento que intenta explicar la sinrazón, aunque debo admitir que otros científicos han tenido un proceso similar. He aquí mi regalo por Semana Santa: un titubeo que encuentra su lugar en el centro del raciocinio. No todo es blanco y negro, existen los tonos grises y somos más sabios cuando cuestionamos las bases, siempre desde la lógica. 
¿Y la controversia ciencia versus religión?, te preguntarás. No hay controversia posible, la una sigue un método, en permanente renovación, para buscar hipótesis que se conviertan en teorías que logren explicar un fenómeno. La otra es un credo personal que no tiene discusión. 
Os quiero, 
Ed. 

PD: Modificado de mi columna semanal en El Español.