viernes, 30 de marzo de 2018

Viernes... de las antípodas

Hola a tod@s!
Saltándome el hilo temporal, no hay remedio carpenteriano siempre he sido, me adelanto al Viernes que supuestamente debí dedicar al enlace-contrato-especial firmado y me centro en las antípodas. Nos fuimos a Australia y en el camino de vuelta pasamos unas horas en Dubái, pero de esto último hablaré en otra ocasión.
Luego de no sé cuantas horas en un avión y sin tener muy claro en qué día vivíamos, pusimos los pies en Adelaila, una ciudad pequeña y construida a medida del habitante. Era de noche, el cansancio se hacia hueco en nuestros cuerpos y debíamos madrugar a la mañana siguiente… decidimos pedir algo para comer en la habitación. Fue entonces cuando tropezamos quizá con el único defecto palpable del país-continente, la comida. No existe comida australiana típica más allá de las BBQ con carnes de cualquier animal incluyendo los canguros, por supuesto. Tal y como un amigo me describió, yo soy más de mostrar mis defectos en el primer momento para impresionar con el resto, Australia hizo lo mismo. La mañana llegó demasiado rápido y nos fuimos en un ferri hasta la Isla Canguro, una auténtica reserva natural, un sitio donde todo el mundo se llama por su nombre pila y que dos días bastan para recoger que no conocer, de punta a cabo. Nuestra guía, una señora cercana a los sesenta, autóctona y con un inglés para agradecer (abro un paréntesis para decir que el acento australiano es junto a su comida, lo peor), nos mostró aquel paraíso, resultado de sabanas y costas inimaginables. Canguros, ualabís, coalas, serpientes… y el desfile de bichos era infinito. Particularmente, lo de los ualabís nos costó más de una risa. La palabra aparecía siempre al final de una enumeración de animales reconocibles… ¿Qué era aquello? ¿Esa palabra? Daba por sentado que sería una expresión que usaba como “etc”. No sería raro, en España se usa el “y tal” para sustituir a “etcétera”, cosa que poca explicación, if any, tiene. Así fueron pasando las horas hasta que señaló hacia un canguro pequeño de color marrón y sentenció “ualabí”. Comenté con gracia el incidente a varios amigos y resulta que el ignorante era yo, hasta uno de ellos llama Ualabí a su perro porque en lugar de correr, salta. En fin, uno empeñado en ser culto y llega un canguro para destrozar su reputación. Regresamos en avioneta al continente y recuperamos los 30 minutos de diferencia horaria que, por casualidad y chateo con un amigo que iba camino de Quito, descubrí su existencia. Nuevamente en Adelaila, nos dio tiempo para ver algo de la ciudad, organizada alrededor de un parque donde los locales corren, hacen picnics… y quizá cruising, pero esto último, evidentemente, no estuvo entre mis prioridades descubrirlo. Eso sí, paseando por sus calles descubrí que la pequeña Adelaila ha parido tres premios Nobels. Dos de física, padre e hijo, y uno en Medicina. Luego, buscando en Google, me entero que el número sube a cinco. Un dato, cuanto menos, interesante. Con el tiempo justo, llegamos al hotel, recogimos las maletas y nos fuimos a Melbourne… y aquí otro punto interesante: la seguridad. Ya habíamos notado un aire despreocupado en los locales, un halo de “aquí no pasa nunca nada”. En toda Isla Canguro no vimos un solo policía. Otro tanto en Adelaila… pero lo que nos dejó perplejos es que no existe control de identificación para tomar los vuelos domésticos. Pensamos que sería algo puntual cuando en el pequeño aeródromo de la Isla Canguro, nos esperaron y no tuvimos que pasar ningún control para abordar aquella avioneta que nos regresó al continente. No, ese poco control es la norma. Una hora con algunos minutos de turbulencia y llegamos a la ciudad más europea fuera de Europa que he visitado. Melbourne imita el encanto del viejo continente pero con más verde, más modernidad, más alegría, más sol, más de todo. Por sus calles hay arte, hay personas, hay alegría. Sus museos están llenos de ideas rompedoras y cuadros relevantes. Las famosas “Arcades”, son maravillas que te transportan a los albores del siglo XX londinense para empujarte al XXI australiano… se toma té a toda hora y se endulza con cakes y más azúcar. Supongo que luego se matan en el gym, pilates, crossfit y otras sudadas porque cuerpos escultóricos sobran en ambos sexos. Dejando Melbourne y llegando a Sydney… la cosa cambia radicalmente. La no-capital del país es un hervidero. Se me antoja una mezcla proporcionada de Londres, NY y Madrid… sazonada a fuego lento con sol, playa y verde. Allí, otra vez, la arquitectura se envuelve de plantas, playas y personas. Descubrir el mil veces fotografiado edificio de la Ópera, a medida de que te acercas al puerto, es una experiencia disfrutable; pero se llega al éxtasis cuando te percatas que, en realidad, son tres estructuras independientes que desafían a Newton y dan cobijo a manifestaciones excelsas del arte escénico. Sin embargo, nada es comparable al ambiente de libertad y alegría que circunda a Sydney, donde casi cinco millones de habitantes persiguen sueños sin dejar de vivir el día a día. Poco tiempo y la interacción casual con locales y conocidos que por allí buscan futuro, es suficiente para percatarse que el sol ha transformado el empeño anglosajón de vivir para trabajar en un trabajar para vivir, más propio de los latinos. Pero no todo es paradisiaco en los confines del planeta. También conocimos historias de soñadores que abandonan sus orígenes para florecer en aquellos lares. Pasajes de vidas que empeñan años de existencia escarbando hondo para construir un futuro, aún incierto, en la nueva tierra prometida que se resguarda del emigrante no deseado con leyes férreas y costes elevados. Historias que se repiten aquí, allá y donde quiera que voy. Con el gusto dulce de la belleza encontrada nos fuimos al último destino australiano de nuestro viaje. A Cairns llegamos y otra vez la delicadeza y el trato como pareja de recién casados tuvo lugar en aquel sitio perdido de la Tierra. Al principio, recorrer sus calles nos trajo imágenes del oeste americano salpicado de barrios playeros… por momentos pensé estar en Varadero, para los cubanos y viajeros. Más tarde aquello se transforma en sitio celestial con piscinas públicas que aparentan playas urbanas de gusto refinado y como colofón: una habitación con vistas de 180 grados al océano. El segundo día en aquel confín nos deparó una sorpresa, una catalana afincada en el país nos hizo de guía particular por los parques nacionales y sitios aledaños. Cuando comenté que me iba de luna de miel a Australia, un conocido con mucho atino me dijo: “no te pega nada”… a lo que añadió: “un sitio lleno de animales”. No soy adicto al campo, más bien todo lo contrario, la ciudad me viene a medida. Sin embargo, y vuelvo al hilo de la sorpresa, lo que vi en Cairns me maravilló.
¡Cuánta diversidad de flora y fauna! Creo saber que en los sesenta y un día que Darwin estuvo en Australia no llegó a visitar esta zona… mas debió hacerlo. Si alguien duda del ateísmo, por favor id a esos parques naturales. Aquí se confirma que no hay dios que haya creado tanto bicho y tanta mata en sólo una semana. Bromas aparte, aquello es el auténtico paraíso para un biólogo. No hay verde más verde, decía yo que el de Pinar de Río era único y me equivoqué. Pero no todo culmina aquí, como guinda, nos fuimos a comer a un restaurante en medio del bosque, donde junto a un pescado local, de nombre ya borrado, pude degustar frutas tropicales incluyendo ¡Mamey y zapote! ¿Qué más pedir? Pues hubo más, al día siguiente abordamos un barco y nos fuimos a la barrera coralina más grande de la Tierra, la misma que se puede ver desde un satélite. Y la diversidad se multiplicó cual factorial en colores, formas y vida… entonces regresamos a casa, a Madrid, por supuesto.
Os quiero, 
Ed.
PD: Os dejo un link a facebook con un vídeo del viaje 
https://www.facebook.com/eduardo.lopezcollazo.7/videos/10155505199282874/

jueves, 8 de marzo de 2018

Viernes...

Hola a tod@s! 
Mañana firmo un contrato, otro más de los muchos que se rubrican durante la vida. Mas este parece tener tintes especiales, primero tuve que demostrar con papeles que estoy en plena forma para hacerlo; hubo incluso que rebuscar en los archivos de la vida. Más tarde se lo fui diciendo a los incondicionales y la mayoría mostraron palmario interés por asistir a la firma… pero, “sí es sólo una firma” pensé. Entonces fue creciendo el entusiasmo, muchos compraron billetes para vuelos sobre algún océano, otros tuvieron la suerte de la cercanía pero reservaron el día en sus teléfonos. Algunos se enfadaron consigo mismo por la imposibilidad de mover compromisos anteriores y perderse el instante del rubricado. Todo esto ha pasado en los últimos meses mientras que los días dejaron de llamarse lunes, martes… para formar parte de una cuenta atrás. ¡Una locura! 
Me dijeron que no podía ir ataviado de cualquier manera ese día y se crearon grupos de whatsapp para discutir sobre estilismos y tendencias. En algún momento alguien promocionó una lista colaborativa en spotify para buscar la música que se bailaría. ¿Bailar? pero, “sí es sólo firmar”, volví a pensar, esta vez tímidamente. Me dejé llevar por el frenesí intentando frenar la apoteosis… tanto fue así que hasta padecí una gastroenteritis que dulcifiqué con una faringitis y bajé cinco kilos, yo que soy, de base, escuálido. “No sigas bajando de peso”, me dijeron unos. “Quedarás horrible en las fotos”, vaticinaron otros. ¿Fotos? Sí, fotos y vídeos, parece que todo hay que documentarlo según la tradición. Pero “si sólo es una…” y dejé de pensarlo por temor a alguna represaría colectiva. Fue el momento en que me volqué en los preparativos… que si una cena, que si canciones, que si discursos y la pléyade se quedó corta. 
Mañana firmo un contrato, otro más de los muchos que se rubrican durante la vida. Mas este parece tener tintes especiales, mañana mi pareja y yo quedaremos amparados por la ley que creamos los humanos. Ninguno irá vestido de “novia” y es la respuesta que doy al “jocoso” comentario de una investigadora, supuestamente progresista, de mi instituto. Los dos seguiremos siendo hombres, pero unidos según lo que dicta la legalidad vigente. Mañana firmo un contrato, y estoy felizmente despierto desde las cinco de la mañana por ello. 
Os quiero, 
Ed.