sábado, 1 de mayo de 2021

Hola a tod@s! 
Sucumbir a la inmediatez hace que abandonemos la profundidad del análisis… y la fiebre ha contagiado a medio planeta. 
Ya he perdido la cuenta de cuántos viernes se han sucedido desde que puse en el blog la última letra. Por aquel entonces poquísimos se habían vacunado y las dudas brotaban por las rendijas. Hoy, glorioso día primero de celebración, las cosas han cambiado y no ligeramente. 
Se ha llegado nuevamente a Marte, un dron se ha elevado sobre sus rocas; la vacunación contra COVID-19 es una realidad permeada de buenas, malas y confusas intenciones; la ciudad donde vivo se dispone a votar para perpetuar la estulticia como forma de gobierno; varios amigos desmantelan sus convivencias plenas de hartazgos emocionales acumuladas durante la pandemia; la Isla Metafórica me entrona como anticastrista furibundo por opinar sobre sus vacunas y publicaciones oficiales de por allá entrecomillan el epíteto científico que acompaña mi nombre. Mientras tanto, para no perder la costumbre, por la Madre Patria se me encasqueta el gorro rojo, azul o naranja según lo que opine ese día. 
La clasificación es algo inherente a la condición humana, lo hacemos para avanzar rápidamente: esto es bueno, aquello es malo, eso es bello, aquello no. Sin embargo, en los matices, los grises y los colores intermedios reside la vida, se asientan los problemas. No intentes clasificarme porque siempre he huido de los grupos, las ideas cerradas y las opiniones esféricas. Si pienso que una u otra vacuna es buena o no lo diré con arreglo a los datos que en ese momento maneje. Si la mañana siguiente aparecen otros que me haga cambiar de parecer, lo haré. Es la increíble libertad que me da la independencia. La misma que permite opinar sobre los candidatos de vacunas cubanos, en mis palabras: con mucha probabilidad exitosos, y la vez poner en dudas la transparencia con que desarrollan sus ensayos clínicos. Algo que me ha granjeado un entrecomillado científico y la mil veces cacareada expresión “formado por la revolución cubana”. Aquí quiero hacer una parada, una reflexión de mitad del camino, una especie de puñetazo en la mesa con la suavidad caribeña que suele caracterizarme, y me voy a otro párrafo porque el tema merece la solemnidad de un punto y aparte. 
En la Isla Metafórica quien escribe aprovechó las bondades que el sistema ofrecía, bondades que acarreaban pagos encubiertos de todo lo recibido. Allí se estudiaba por la mañana y por la tarde se trabajaba en el campo recogiendo patatas, cosechando tomates, arando la tierra y un largo etcétera. Entrar en escuelas y facultades excelsas requería esfuerzo y cualidades excepcionales. Mantenerse en ellas era cuestión de dar el do de pecho a diario. Al terminar la universidad se te ubicaba en un puesto de trabajo pre asignado y se te pagaba un escueto salario, más cercano a un estipendio que un pago por tu trabajo. Con ello se debería cubrir lo gastado en tu formación no en todas partes extraordinarias, pero sí, al menos, básica. Entonces comenzaba un vía crucis que te acompañaría de por vida: aprendiste a pensar, mas no debes hacerlo. Deberás estar agradecido de por vida por haber recibido una educación, no siempre extraordinaria quiero repetir, y por ello aceptar una cárcel cerebral. Pues, ya basta de esos paños tibios. Lo que allí aprendí de mucho me sirvió, pero lo aprendí yo. La inmensa mayoría de mis vecinos, con la misma edad, iguales condiciones y oportunidades se ganan la vida remendando zapatos, haciendo contrabando en el mercado negro del pueblo o realizando alguna otra labor exenta de intelectualidad. Sigo aclarando que todos pagamos por aquella formación. Pero hay más, llevo casi tres décadas de mi vida fuera de aquella metáfora insular. ¿Creéis que dejé de aprender, educarme y formarme cuando La Habana quedó a lo lejos? España, Alemania, Estados Unidos y Reino Unido han sufragado parte de mi formación. El Max Planck de Freiburg me formó y pagó por ello, España costeó el doctorado en La Complutense y me pagó un salario para poder vivir mientras tanto, en Estados Unidos una universidad de la Ivy League cubrió mi traslado y, rigurosamente, todos los meses me ingresaba un salario muy generoso. Algo parecido ocurrió en la tercera universidad en importancia del Reino Unido y nuevamente en otro gran centro de excelencia en la mitad de los Estados Unidos. Sin embargo, ninguna de estas instituciones, ninguno de estos países me exige lealtad y agradecimiento eterno por su contribución, valiosísima, a mi formación científica e intelectual. Y hay más, puedo decir, sin pudor alguno, que soy científico a pesar de la Isla Metafórica y su sistema de control. Nunca me he detenido a contar la tragedia que me hicieron vivir cuando, iluso yo, defendí una postura lógica en el centro investigación donde realizaba mi tesis habanera. Haciendo corto el relato, me despidieron, me defenestraron, me prohibieron volver a hacer ciencia y sólo el tesón de quien no se rinde frente a la adversidad me hizo retomar el camino que hoy es una realidad. Ya es tiempo de poner los puntos sobre las íes y abandonar los mitos. Seguro estoy que este Viernes me ubicará a la derecha más extrema del espectro, mas será temporal. Luego alguien recordará mis críticas a las payasadas que desde esas longitudes se generan y me lanzarán hacia los confines de la izquierda, segundos después se percatarán de algún comentario medio liberal y el tortazo me llevará hacia otro lugar. No perdáis el tiempo en clasificarme, invertirlo en pensar será más provechoso. Por cierto, ya mi cuarto libro está a la venta ¿Qué es la sepsis? 

Os quiero, 




Ed. 



PD: Carlitos bienvenido de nuevo a mi vida.