Esto lo escribí cuando supe que murió Sábato (o Sabato como el firmaba), se publicó en una revista on-line con la que colaboro.
Os quiero,
Ed.
Es sábado y luego de una semana de Sol en Madrid llueve, no lo entendía, me puse hacer cosas propias de este día y el teléfono sonó… un amigo al otro lado dijo: “me he acordado mucho de ti, ha muerto Sábato”. Entonces miré por la ventana, una lluvia fina roseaba tristemente las calles de la capital, ahora lo entiendo. Ha muerto alguien que marcó una parte importante de mis tiempos universitarios. Por aquel entonces estudiaba Física Nuclear, mis mañanas se inundaban de cálculos complejos y partículas peligrosas a las que debía determinar su energía; de noche navegaba por La Habana cultural intentando llenar cada poro de mi piel con letras, danza, teatro y fue entonces que alguien me presentó a Sábato. El amor surgió “a primera vista”, aquel físico nuclear que por las mañanas midió la radiactividad artificial en los laboratorios de Irene Curie y por las noches creó una nueva forma de escribir, robó mi corazón. Sábato, o sus letras, rellenaron el tiempo entre una ecuación y otra, a él acudía los sábados temprano como quien se escapa de casa para verse con un amante. De él recuerdo aún, párrafos enteros que en su momento tuvieron la misma belleza que las leyes de Maxwell o la Relatividad Einstiana. De él leí su legado a los jóvenes cuando ya la vista no le permitía expresarse con la palabra y pasó a pintar grandes lienzos, libro que regalé a quien no lo merecía. Hoy pedía a quienes leen mi blog que me recomendaran un libro, creo que nuevamente buscaré la luz al final de… El túnel.