viernes, 27 de mayo de 2022

Viernes de la viruela y la insoportable lentitud de la ciencia...

Hola a tod@s!
Hoy es probable que esperes una información pormenorizada de la alerta que se ha lanzado por la llegada de la viruela del mono a nuestro país. ¿Y qué puedo hacer si no se disponen de datos sólidos para emitir un juicio, no tenemos la suficiente casuística para proponer una hipótesis y, mucho menos, dar un veredicto perspicuo de lo que está ocurriendo? A diferencia de otras áreas, la ciencia necesita el reposo, la perspectiva y el análisis sosegado de los resultados. También se requiere de la experimentación que lleva tiempo, precisa recursos y exige silencio. Dicho esto, me aventuro a responder algunas preguntas sobre la alarma. ¿Qué sabemos de este brote? Algo pero no suficiente alguien diría: nada. La viruela en los seres humanos está erradicada desde hace cuatro décadas, pero la de los monos es endémica en ciertos lugares del planeta como África occidental y central. Aunque se le conoce como viruela del mono, la mayor fuente de transmisión a humanos viene de los roedores que funcionan como reservorios naturales del virus. Por otra parte, no es algo muy desconocido, el primer reporte en humanos data del siglo pasado, con precisión, de 1970. ¿Por qué nos asusta y se ha decretado una alarma? Ha llamado poderosamente la atención que la mayoría de los casos identificados en Europa se restringen a varones que han mantenido relaciones homosexuales. Sin embargo, aún no hay indicios claros que se contagie por encuentros sexuales, de hecho se habla de transmisión por el aire y fluidos. Así que empecemos por evitar el estigma y no repitamos lo ocurrido con VIH/SIDA. En cuanto a los síntomas, estos son muy evidentes e incluyen lesiones o erupciones cutáneas infrecuentes que se han observado alrededor de la zona genital en los infectados identificados. Las lesiones cambian de aspecto con el tiempo y pueden recordar a la varicela o la sífilis. Al final se formará una costra que terminará sanando. Los pacientes también muestran síntomas típicos de una infección viral como fiebre, escalofríos, dolor de cabeza, dolores musculares, dolor de espalda, fatiga extrema y, a diferencia de la viruela humana, ganglios linfáticos inflamados. Es curioso que los afectados sigan dando positivo en PCR cuando ya han dejado de tener síntomas. Salvo giros de última hora, se especula que todo quede en un brote puntual y la explicación esté en la pérdida de inmunidad debida a la desaparición de la viruela humana. En España ya se ha logrado secuenciar y se afirma que la variante que circula es la menos dañina. De cualquier manera, contamos con una vacuna que podría ser efectiva y antivirales que se han probado en este contexto con éxito. Pero queda aún mucho por estudiar. 
¡Qué lentos sois! quizá sea la exclamación que surca tu pensamiento; mas en las prisas está la equivocación y, no será la primera vez que diga: “la ciencia se cuece a fuego lento y en el silencio de un laboratorio en penumbras”. Cuando se plantea un problema a resolver, lo primero es intentar una formulación lo más precisa posible de la pregunta porque en ella puede estar implícita la respuesta. Luego viene la implementación de una metodología que nos permita resolver las incógnitas y a la vez reproducir cada uno de los pasos que hemos dado. Por el camino se suceden los fracasos en las hipótesis, los fallos en las observaciones, los imprevistos técnicos y el etcétera nunca finito de vicisitudes. Al final puede que encontremos una luz o una tapia a derribar que nos haga replantearnos las preguntas iniciales. Y si, cosa rara, el éxito encumbra nuestros experimentos, llega la comprobación y el cuestionamiento riguroso por nuestros iguales para dar por válido un dato científico. Esta y no otra es la razón primera de nuestra supuesta lentitud. Esta y no otra es la energía que nos alimenta para defender nuestras posiciones ante las opiniones que se vierten, con la ligereza, por quienes pasean por una red social y sólo tienen en su curricula una conexión a internet. 
Os quiero, 
Ed.

viernes, 20 de mayo de 2022

Hola a tod@s! 
En una semana en la que es una realidad palmaria que soy un señor mayor: ya puedo decir que soy académico, es decir, me consideran lo suficientemente viejo para ocupar un puesto en la Academia de Ciencias de América Latina, la noticia que sobrevuela el planeta es la re-aparición de la viruela en su versión simia. Pero hoy no hablaré de eso. Prefiero centrarme en algo más intangible e intentar responder a la pregunta: ¿Somos una civilización desarrollada? 
Cuando hablamos de progreso se torna difícil establecer una medida sólida que nos permita evaluar el punto en el que estamos. Esto ocurre porque nuestra única referencia es la propia historia de la humanidad. Hoy podemos decir que la civilización ha avanzado con respecto a lo que éramos en el medioevo, cuando la revolución francesa o en 1945; sin embargo, no tenemos un punto de comparación externo. Decimos que Europa y América del Norte son más desarrollados que África por la existencia de parámetros medibles y la subsecuente comparación. Pero, ¿y como civilización? 

En esta época en que, a pesar haber avanzado en la erradicación del hambre y la miseria extrema en comparación, se augura un retroceso debido a la proliferación de nacionalismos, extremismos de colores variados, guerras inconcebibles y violencia digital, es quizá conveniente evaluarnos como especie, medir nuestro alcance y, fundamentalmente, reconocer el camino por recorrer. 
Conversando recientemente sobre el tema con Carlos, el chico de Kansas, recordamos aquella escala que propuso el astrofísico ruso Nikolai Kardashev en 1964 para medir el progreso de una civilización. De entre todas las variables posibles a tener en cuenta, Kardashev escogió el consumo de energía y la capacidad de su obtención como parámetro de desarrollo. En vez de centrarnos en elementos tan específicos como el crecimiento de la población, el ascenso y la caída de los imperios o incluso la capacidad tecnológica para movernos, el quid de la cuestión está en la energía. A medida que la humanidad se ha extendido y avanzado, la capacidad para aprovechar la energía ha devenido una de nuestras habilidades más útiles. Parece ser evidente que el consumo energético de una especie es una buena medida aproximada de su destreza tecnológica. Según la escala creada por el astrofísico, las civilizaciones se clasifican en tres tipos: planetarias, estelares y galácticas. Una especie de tipo I es capaz de captar y consumir la energía en una escala igual a la cantidad que llega a su planeta de origen. Las especies de tipo II aprovechan la energía en la escala de su estrella de origen, y las de tipo III pueden beneficiarse de toda la energía de la galaxia en las que está. Posteriormente se añadieron los tipos IV y V; además el divulgador Carl Sagan sugirió que la escala fuera continua. Entre más energía sea posible utilizar, mayores serán los desafíos que se puede plantear la civilización e, incluso, mayor será la protección que puede tener frente a catástrofes naturales como el choque del planeta contra un cuerpo celeste errante o la ocurrencia de fenómenos sísmicos. 
Probablemente te haya picado la curiosidad y te preguntes: ¿qué tipo de civilización somos? Quizá la respuesta te decepcione, pero un bañito de realidad es, de vez en cuando, conveniente. A pesar de que los humanos usamos una enorme cantidad de energía, no llegamos ni siquiera a calificarnos como una civilización de tipo I. Comparando lo que nos llega con lo que aprovechamos aún estamos en tipo O. En el caso de que usemos la escala continúa de Sagan, nos situamos en un 0.73. Recordemos que por mucho Twitter e Instagram que utilicemos no dejamos de ser un grupo de primates que hemos evolucionado. Actualmente las fuentes primarias de energía son: los combustibles fósiles, la nuclear y un conjunto que llamamos renovables. Para llegar a ser una civilización de tipo I se tendrían que optimizar los procesos de obtención y almacenamiento de energía, objetivo que podría ser logrado si le damos prioridad. Mas, ¡cuidado! Ya sabemos que la quema de los combustibles fósiles nos está llevando a un cambio climático y hay que tener en cuenta que para convertirnos en una civilización tipo I debemos seguir existiendo, como premisa. De acuerdo con un estudio reciente sobre las limitaciones de las fuentes energéticas que usamos se calcula que, evitando una crisis ecológica, es posible que la humanidad alcance un nivel I en 2371. Sin embargo, como a mí quizá te ronde una duda: ¿Es estrictamente necesario el aumento de consumo energético para realizar un salto importante en el desarrollo? Puede estar claro que los modernos procesos industriales, los desplazamientos, el tráfico de información, etcétera cada día demandan más gasto energético. Sin embargo, también es cierto que estamos asistiendo a avances en el campo de la computación donde el consumo de energía se optimiza e incluso se reduce sensiblemente. 
Es probable que como especie logremos aplanar el uso de la energía sin menoscabar el avance tecnológico que nos permita evolucionar a esas civilizaciones imaginadas en las que se dominan los eventos naturales, se colonicen planetas ignotos y, por qué no, entremos en contactos con otras civilizaciones. Ojalá así sea…
Holden, ¡Gracias! 
Os quiero, Ed. 
PD: Modificado de mi columna en El Español.

jueves, 12 de mayo de 2022

Viernes... con más preguntas que respuestas.

Hola a tod@s!
En los tiempos de la información inmediata, del hoy y del ahora, se torna difícil entender la aparente lentitud de la ciencia al dar respuestas a las preguntas urgentes. En más de una ocasión he dicho que toda investigación científica se cuece a fuego lento y en las penumbras de un laboratorio sin ruidos. Pero, esto parece ser un pasado idóneo que no volverá. Cuando los resultados del último artículo científico sobre la COVID-19 que hemos publicado se refieren a una comparativa entre las diferentes vacunas aplicadas en España y aún no hemos terminado la experimentación para describir los efectos a medio plazo de la tercera dosis, es apremiante saber si se necesita una cuarta dosis, correlacionar o no la alarma de hepatitis infantil de origen desconocido con la pandemia, si se debe volver al uso de la mascarilla y el etcétera que sabemos abultado. Quizá te suene a justificación y el propósito real es explicarte que, en ocasiones, no por mucho correr se llega antes. Mas, vayamos por partes. 
Los anticuerpos producidos debido a la última dosis de la vacuna o por el hecho de haberte contagiado tienen fecha de caducidad. Entre cinco y seis meses después del evento los niveles son ínfimos. Esto hace que la protección inmediata frente a la infección por el virus SARS-CoV-2 disminuya. De cualquier manera no todo es oscuro, recordemos que existe la inmunidad celular que, aunque tarda un poco en activarse, nos defiende y fundamentalmente reduce la gravedad con la que puedes cursar la infección. Según varios estudios, incluido uno de cosecha propia, este tipo de defensa está presente al menos hasta los siete u ocho meses después de la vacunación y suponemos que quizá sea igual en caso de la infección, pero no lo hemos confirmado. Con estos datos en las manos es posible recomendar aplazar una cuarta dosis de la vacuna más allá del verano en la mayoría de la población. Sin embargo, existen dos grupos a los que debemos analizar por separado: los inmunodeprimidos y los mayores de 80 años. En los primeros la recomendación será caso por caso e irá de la mano de su médico. En los segundos, nuestros mayores, habrá que ir con paso de plomo. En el aire se respira el temor de una fatiga inmunológica debida a la exposición repetida y en un espacio corto de tiempo a un estímulo, es decir, la vacuna. Este fenómeno podría inducir la no respuesta de sus defensas frente a otros patógenos, lo cual los haría vulnerables a otras infecciones. Sin embargo, no está clara su ocurrencia en este contexto y deberíamos pensarnos muy bien si dejar a esta población tan frágil sin protección frente al virus es la mejor opción. Lo que sí tengo muy claro es que no debemos eliminar el uso de las mascarillas cuando nos relacionamos con los ancianos de esas venerables edades; con esta acción reducimos su exposición a este y otros virus que pueden comprometer su salud. 
Ahora, tal y como diría una persona muy querida, hago un “twist” y caigo en un tema realmente preocupante a la par de desconcertante: la alarma de hepatitis infantil de origen desconocido. ¿Qué tiene que ver esto con la COVID-19? quizá sea la pregunta que te ronda. Te insto a seguir leyéndome para contestarla. 

Mucho se está hablando de ello y realmente poco se conoce del fenómeno en cuestión. No es rara la existencia de hepatitis infantil de esta índole; la alarma viene dada por el número de pacientes que se están contabilizando en varios países. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) cada día se reciben decenas de informes sobre posibles casos de hepatitis infantil de origen desconocido. Con una actualización a fecha 1 de mayo se registran 228 afectados, pero la cifra va en constante aumento. Por ahora, la mayoría se han notificado en Europa, especialmente en el Reino Unido. En España, hasta el viernes 29 de abril, el Ministerio de Sanidad había detectado 22 casos, 16 de ellos en menores de 11 años y, aparentemente, estos enfermos no tienen vínculo epidemiológico entre ellos. Existen varias hipótesis que intentan dar una explicación a lo que está ocurriendo. Por una parte se especula con una baja exposición de los niños a distintos patógenos comunes que les refuerzan su sistema de defensa. Quienes apuestan por esta hipótesis se basan en la poca interacción que ha tenido esta población debido a las restricciones por la pandemia, en especial el uso de la mascarilla. Sin embargo, sabemos que el uso de las mascarillas en los niños no ha sido obligatorio en todas las edades por lo que no me inclino a dar por válida esta opción. Tampoco es muy creíble un efecto secundario de las vacunas contra la COVID-19, ya que parte de estos niños no habían sido vacunados aún. Una tercera posibilidad está en la coinfección por adenovirus y el SARS-CoV-2. Los adenovirus por sí solos no suelen causar cuadros de la gravedad que se está observando. Hasta el momento se tiene la certeza que 19 de los casos reportados presentan la coinfección que te mencioné. Por lo que me inclino a pensar que existe otro factor en la ecuación por resolver. ¿Será una de las variantes del SARS-CoV-2? Aunque no se descarta la existencia de un nuevo tipo de adenovirus, dadas las circunstancias pandémicas que vivimos no es descabellado pensar en una “cooperación” entre un adenovirus y la variante Omicrón que prevalece. Por lo pronto hemos planteado un estudio del estado inmunológico de estos niños y su posible relación con una infección previa con el SARS-CoV-2, un proyecto en ciernes que surgió como surgen las cosas en estos tiempos de la información inmediata: por una conversación vía Whatsapp con la persona que más sabe en España de hepatología infantil, la doctora Paloma Jara. Ambos reconocemos que es un reto para la inmunología lo que está sucediendo y, sobre todo, una urgencia que nos quita el sueño.
Os quiero, 
Ed.

viernes, 6 de mayo de 2022

Viernes... con mezcla de proyectos

Hola a tod@s!

Con menos incidencia de la COVID-19, aunque sin haber resuelto la pandemia, los laboratorios vamos rescatando aquellos proyectos detenidos por la urgencia del virus emergente. No es un secreto que el cáncer –y en especial la metástasis– son otras pandemias permanentes que nos preocupan y ocupan. En ese sentido es gratificante comprobar que poco a poco se van conociendo trabajos dirigidos a identificar la diana a la que debemos apuntar para acabar con ese emperador de todos los males y sus indeseadas derivadas. 
Mi Viernes de hoy lo dedico a realizar un repaso rápido por algunos hitos que se han producido en los últimos días en este campo. En la época pre COVID -quizá sea conveniente comenzarla a llamar por algunas siglas ¿propuestas?- una de las grandes esperanzas para combatir varios tipos de tumores era la llamada inmunoterapia con anticuerpos contra los inmunocheckpoints. Cuando un tumor comienza a crecer, los antidisturbios locales, es decir, las células del sistema inmunológico cercanas, y otras que acuden desde el torrente sanguíneo intentan eliminarlo. Sin embargo, la lucha entre nuestras células defensivas y las tumorales puede terminar en una especie de reeducación de las primeras, momento en que dejan de defendernos e incluso colaboraran con el cáncer. Este proceso de “corrupción” es el objetivo de estudio de muchos investigadores, entre quienes me cuento. El fascinante mundo de la tumor-inmunología, tándem aparentemente complicado de pronunciar, pero precioso en su interior, escudriña los entresijos de esa extraña relación. 

La idea es sencilla: hay que hacer que las defensas eviten el avance de los tumores. Durante un proceso tumoral una gran cantidad de cánceres logran atraer a sus filas a los “policías” que vigilan el cuerpo humano. La clave está en evitar o revertir esa “corrupción policial”. En la realidad celular y molecular, las células cancerígenas expresan en su exterior unas moléculas que, al interactuar con las defensas, hace que estas últimas dejen de luchar contra el tumor y caigan en un estado de cansancio que les impide actuar como es debido. Al estudiar esta especie de negociación entre los criminales —células del tumor—, y los policías —células de la defensa—, cada día encontramos nuevos factores que nos ayudarán a bloquear ese cansancio inducido en las defensas humanas y restablecer su lucha. Los elementos implicados en este fenómeno se llaman immunocheckpoints. Si quisiéramos traducirlo, sería algo así como puntos de control inmunológico, pero la realidad es que el término anglosajón es más manejable y, sin menospreciar la riqueza de nuestra lengua, en este caso me pliego a usar la palabra concisa que importamos del latín actual, es decir, el inglés. Entre los immunocheckpoints, el más popular actualmente es el PD-1, y las terapias que lo involucran han tenido gran éxito en más de un tipo de tumor. Sin embargo, siempre hemos sospechado que PD-1 no es él único. 
Recientemente, algunas investigaciones realizadas en mi equipo apuntan hacia otro immunocheckpoint con posibilidades terapéuticas. Esta vez es una molécula bautizada como SIGLEC-5. Su aparición en tumores de colon y pulmón se correlaciona con la malignidad del mismo, así como con un peor pronóstico para el paciente. Además, cuando se bloquea con anticuerpos específicos se logra reactivar la respuesta anti-tumoral ¿Estaremos frente a una nueva inmunoterapia útil en estos tipos de cánceres? Especulamos que así es, pero aún es temprano para afirmarlo. En manos de mi doctoranda Karla Montalbán-Hernández están los experimentos adicionales para demostrar su utilidad clínica. 
En una línea diferente pero también usando el sistema de defensa, unos científicos del Instituto Sloan Kettering, de Nueva York, han descubierto un nuevo tipo de “soldado antidisturbios” que pertenece a la familia conocida por el nombre de “células asesinas” pero con atributos especiales. Hasta ahora, las células asesinas que en realidad llamamos NK por sus siglas en inglés, Natural Killers, sabíamos que eran capaces de eliminar los tumores si se daban un número importante de condiciones. Pero, esta nueva subpoblación identificada puede hacerlo sin tantas prerrogativas; además tienen la capacidad de no “cansarse” cuando aparecen los immunocheckpoints de los que te hablé más arriba. Usar estas células para dirigirlas hacia tumores de difícil acceso parece ser una opción posible. Por ahora funciona en modelos animales, mas es una puerta que se ha abierto para el tratamiento de tumores sólidos. 
Por último, quiero volver a Europa y comentarte que un grupo mixto de investigadores holandeses y españoles ha dado con una estrategia para eliminar las células madres de cáncer de colon sin dañar aquellas que no son malignas. Eliminar las células madres tumorales es un sueño médico, en la mayoría de los casos son ellas las responsables de la metástasis y, además, son resistentes a los tratamientos estándares. Los experimentos publicados han sido realizados en organoides, es decir, pequeños órganos que se obtienen de biopsias de pacientes que replican con precisión las características reales del órgano original, en este caso el colon. He aquí un gran avance que, a la espera de más investigación, muestra otro camino para acabar con esa plaga que azota a la humanidad desde sus prolegómenos. Me reitero en lo muchas veces dicho, no es magia es ciencia.
Menuda la que se armó en twitter por decir que sigo usando las mascarillas en el gym y el cine.
Os quiero, 
Ed.
PD: Modificado de mi columna en El Español.