Hola a tod@s!
Cuando era niño, luego de haberme leído una biografía para pequeños de Marie Curie, cayó en mis manos la serie de los Siete Secretos escrita por Enid Blyton. Para mí, y probablemente para varios miles de niños, aquellos libros eran una ventana a un mundo de libertad que distaba de nuestras vidas lo mismo que algunas estrellas. Recuerdo que para leerlos preparaba todo un ceremonial: agua, merienda, luz adecuada y, algo importante, lejanía de mi hermana y el resto de seres vivos que tenía alrededor. Más de una vez, mis padres tenían que requerirme severamente para que dejara de leer e interactuara con la sociedad… yo estaba ensimismado en aquellas historias que venían de lejos, pero compartía en deseos. Y ahora resulta que Blyton al escribir era racista, sexista y homófoba. La verdad que a finales de la década de los 70, momento en que leía desaforadamente todos los libros de esta autora, no estaban tan desarrollados los términos que hoy manejamos. Bueno, ni en los 80, ni en los 90, ni en los primeros años del siglo 21. Por lo que acusarla de racista, sexista y homófoba, juzgándola con los baremos 2019, no es muy acertado. Esto nos pasa a menudo.
Hace poco hemos leído que Plácido Domingo está destinado a terminar una carrera brillante con la sombra de varias denuncias por acoso sexual, otro tanto le está ocurriendo a Woody Allen. No seré yo quien confirme o niegue lo ocurrido, no está en mis manos. Sabemos que el abuso de poder ha sido y es un pan que se come cada día. Pero quizá debemos recordar lo que se entendía por cortesía hace tan sólo unos años y hoy nos parece una barbaridad. Cierta vez una investigadora se ofendió porque la ayudé a coger algo que estaba fuera de su alcance debido a su escasa estatura. Me quedé perplejo ante su “crees que no puedo hacerlo yo sola”. Tiempo después la misma persona se cabreó porque, al ir yo adelantado, abrí una puerta y le cedí el paso… esa vez contesté a su bordería con un “le abro la puerta a quien vaya por detrás de mí, sea un hombre, una mujer o un elefante” y luego agregué “y espero que lo mismo hagan conmigo”. La cortesía no la entiendo como un rasgo de superioridad, simplemente es eso: cortesía. La doy y la espero. Por ejemplo, soy, por aquello de haber nacido en el Caribe, dado a celebrar la belleza de los demás y en ello la única intención es arrancar una sonrisa a quien tengo a mi lado. Hoy sé que me ha salvado mi condición de homosexual. De lo contrario, más de una denuncia por acoso debido a un piropo me habría caído. Hace tan sólo un mes me acerqué por la espalda a dos de mis doctorandos, una chica y un chico, para ver lo que estaban haciendo. Puse cada una de mis manos en sus respectivos hombros y acto seguido, como si un calambre fuera, quité mi mano del hombro del chico… de pronto imaginé cien comentarios en twitter sobre un pobre doctorando que se vio acosado por su poderoso director científico y, acto seguido, otros cientos de ficticios afectados por mi constante seducción. Si ya he tenido que subir fotos de mi equipo para que vean el equilibrio entre sexos, cosa que no he buscado, pero sí ha surgido, y más de una vez han llegado a mis oídos comentarios sobre el porcentaje elevado de homosexuales en el IdiPAZ debido a un favoritismo inexistente… pues imaginaos si doy pie a otras equivocaciones. Con todo esto sólo quiero llamar la atención sobre los extremos y las vilezas humanas. Debemos juzgar las realidades en sus contextos y recordar que, si la envidia fuera tiña, viviríamos en un planeta de tiñosas. No sé dónde Plácido Domingo ponía la línea que separa su galantería del poderío que le ha otorgado su excelencia. No sé cuántas personas habrán coqueteado con el tenor para lograr un favor, no olvidemos que hay vicios en las dos direcciones. No puedo asegurar que Mia Farrow miente o si Allen es el embustero. Por ahora, sólo recuerdo la voz del primero que he tenido la oportunidad de disfrutar en varias latitudes y las películas geniales del segundo. Cuando se tenga la certeza de sus supuestas vilezas, me entristecerá la condición humana que hace de un genio un ser despreciable.
De cualquier manera y volviendo a mi querida Blyton… ¿racista? era difícil introducir en la trama a un negro, estamos hablando de una Inglaterra rural del siglo pasado, ¿sexista? en todos los libros no recuerdo diferencias entre niños y niñas de hecho me sorprendía lo intrépidas que eran las segundas, ¿homófoba? me hubiese percatado, pero hilando fino en unas de la series aparecía una niña que se llamaba Jorgina que respondía a un fenotipo de lesbiana sin tapujos ni críticas. Un ejercicio recomendable cuando acusamos una actitud del pasado es imaginarnos a nosotros mismos en esas circunstancias… seguramente habríamos sido: racistas, sexistas, homófobos y una larga lista de barbaridades. Éramos otros y otras eran las circunstancias. Por suerte evolucionamos y hoy discutimos sobre la igualdad en términos muy alejados de los vocablos usados hace pocos años. Debemos seguir haciéndolo, pero no evaluemos la historia con el prisma del 2019, nos saldría todo distorsionado. Ya tenemos suficiente con quienes prefieren valores a pulmones o predicen parroquias ardiendo.
Os quiero,
Ed.
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