Aunque me lo proponga sería difícil calcular la longevidad de mis Viernes. Sé que nacieron el siglo pasado y fueron hijos de la necesidad de mantenerme comunicado con aquellos que quería y lejos estaban, mas el día preciso del alumbramiento se pierde en la madeja de emails que luego devinieron entradas de un blog.
Al principio aquello era un mero pretexto para describir la España que descubría semana tras semana. Más tarde alguien lo clasificó como una guía de ocio particular y comentada de mi Madrid. En ocasiones se ha convertido en plataforma personal para verter pensamientos y otras tribulaciones mentales. Alguna vez fue un sitio para declaraciones sin y con intenciones. Siempre han sido textos paridos desde la atribulada inconsciencia de quien dejó una isla, plena de metáforas, para esparcir la palabra libre, ingrávida, leve.
De cualquier manera, encontrar un estilo y seguir la disciplina del discurso semanal se ha transformado en una cuesta demasiado empinada. Las redes sociales y su instantánea “oportunidad” desvirtúan cualquier propósito de reflexión más o menos profunda. El conocimiento y su transmisión se han convertido en mensajes de pocas letras y una imagen. Hoy no se diferencia entre la verdad comprobada y una opinión que emerge tras pocos segundos de osada irreflexión; quizá esto siempre ha sido así pero el altavoz que proporciona una conexión a internet y la gratis membresía a un par de redes sociales provoca un tsunami de sólidas proporciones. Todo ello me ha llevado a un período de calmado recogimiento y distante meditación. ¿Cómo deberían evolucionar mis Viernes? Hacerse eco de la insoportable pesadez de nuestros tiempos tan sólo añadiría más lastre a la gravada mochila que la vida nos impone. Erguir una tribuna henchida de denuncias tampoco se me antoja una proyección, cien “cátedras” licuadas tendremos detrás de un clic en Facebook, Twitter o similar. Entonces, por qué no proyectar estos textos, invisibles, hacia la agudeza que sólo lo bello puede proporcionar. Y así será. Prometo cada semana hablar, que significa escribir, de aquello que provocó la sonrisa inteligente… el placer proporcionado que el recuerdo de lo leído, aprendido e integrado genera en un espectador de la vida que intenta, a veces en vano, moldear el futuro.
Os quiero,Ed.