Hola a tod@s!
Madrid se evapora, los días saltan por encima de los máximos históricos de temperatura y respirar se vuelve un trabajo para titanes. El calor nunca me ha parecido ni “cool”, ni “in”, ni nada por el estilo. Sólo lo aguanto frente al mar, y esta ciudad, por aquello de no ser perfecta, carece de la maldita circunstancia del agua por todas partes que decía Virgilio al referirse a la Isla Metafórica. “No body is perfect” decía otro… y así andamos.
Mientras tanto la humanidad ha llegado a Plutón. ¿Y para qué sirve? ¿Por qué nos gastamos una millonada en poner un cacharro a girar entorno a un planeta que está lejísimo? Estas son la preguntas más comunes entono al tema, ¿la respuesta? pues porque no sabemos cuando esos datos los tendremos que usar para salvar a la humanidad. ¿No es acaso palpable que estamos destruyendo la ecología de la Tierra? Quien lo dude está invitado unos días a Madrid. Es conveniente dejar que unos cuantos pongamos las luces largas, y los ejemplos se amontan en los libros de historia. El hoy y el ahora nos ciegan… la prontitud confunde, y este encerramiento ¿voluntario? que tenemos los humanos puede que acabe con nuestra especie. Sigo preguntándome ¿qué ha sucedido para que la tecnología se haya ido hacia la comunicación inmediata, dejando a un lado aquello de abrirnos horizontes? A la Luna fuimos con un ordenador que tenía menos capacidad de cálculo que una bicicleta actual. Allí saltamos con la mirada puesta en la conquista de un nuevo espacio para la humanidad. Hoy no somos capaces de salir a la calle sin el cargador de nuestro “smartphone”, por si nos quedamos sin batería y de pronto la oscuridad nos engulle. Algo ha pasado y no nos hemos dado cuenta, lo mismo tiene que ver con “Lo que hacemos en la sombra”, película que viene del otro lado del mundo, filmada en formato de documental y desternillante. Permitidme la comparación y el cambio te tema. Gocé como hacía mucho con este metraje que vuelve a los vampiros y sus andadas pero es fresco y recomendable. También fue recomendable ver el Nederlans Dans Theater en el Real con su fría mirada que descongela el alma, sin saber cómo ni por qué. Ellos danzan de otra manera, buscan la piel desde el interior y son diferentes en la homogeneidad. Y así avanzó mi semana, entre cajas que se hicieron y deshicieron para verter su contenido en otros espacios. Ya vivo en otro sitio, algo ha cambiado y me adapto a los nuevos puntos cardinales, olores y dinámicas… el alma va más despacio, pero llegará. Para el viaje elegí compañero seguro y para los momentos de soledad un libro que me hace reír desde el saber… “El color del verano” de Reynaldo Arenas.
Os quiero,
Ed.